El otro rey (I Parte)

Es muy triste ver como Dios da oportunidades, talentos y dones a sus hijos y estos los menosprecian al no ponerlos en práctica o no usarlos según la voluntad de Dios. Una lección muy difícil de aprender y ponerla por obra.
El primer libro de Reyes en el capítulo doce nos cuenta de la rebelión de diez de las doce tribus de Israel. Quiero dejar muy en claro algo este día: absolutamente todo lo que pasa es porque la soberanía de Dios lo permitió, incluso las cosas que no nos parecen buenas a nosotros.
Hubo una causa para provocar el cisma de Israel y una persona culpable. Irónicamente la sabiduría de esta persona sobrepasa las de la humanidad entera. Exacto, hablo de Salomón hijo de David rey de Israel. Con el pasar de los años el corazón del rey comenzó a desviarse del camino, adoptando costumbres paganas, haciendo de esa manera que el pueblo de Dios se olvidase de las leyes de Moisés.
El instrumento que Dios utilizó para que el reino se dividiera fue Jeroboam, un joven de la ciudad norteña de Sereda en las tierras de Efraín. Haré énfasis en una cosa a lo largo de este escrito y es que Jeroboam, según la Palabra de Dios era una persona con mucha capacidad. (1 Reyes 11.28)
Ahías, quien era profeta del Señor en aquellos tiempos proclamó del enojo del Creador contra Salomón

“¡Estoy a punto de arrancar el reino de manos de Salomón y te daré a ti (Jeroboam) diez de las tribus! Pero le dejaré una tribu a Salomón por amor a mi siervo David y por amor a Jerusalén, la ciudad que he escogido entre todas las tribus de Israel. Pues Salomón se ha apartado de mí y rindió culto a Astarte diosa de los sidonios; a Quemós, dios de Moab; y a Moloc, dios de los amonitas. Salomón no ha seguido mis caminos ni ha hecho o que me agrada. Tampoco ha obedecido mis decretos y ordenanzas como lo hizo su padre David”

Al enterarse Salomón sobre ello no se arrepintió de sus caminos, ni se volvió al Señor Dios de Israel; al contrario, el rey quiso matar a Jeroboam obligándose este a huir a Egipto hasta la muerte del monarca.
Tras el deceso de Salomón los líderes de Israel mandaron a llamar a Jeroboam en Egipto para que todos juntos en asamblea hablaran con el hijo de Salomón y ahora rey Roboam. La petición sería simple ante el nuevo rey: un trato más humano de su parte hacia sus súbditos, pues Salomón fue muy duro con ellos. Roboam era un rey joven e inexperto, por lo tanto debía pedir consejo para esa petición. Consultando a los eruditos ancianos que aconsejaron a Salomón le recomendaron que fuera más delicado en su manera de gobernar y de esa manera la nación completa le serviría. Pero Roboam prefirió consultar a los jóvenes que se criaron con él quienes le aconsejaron todo lo contrario. Lo que pasó a continuación es que los ancianos de Israel gritaron a una voz:

¡Abajo la dinastía de David!
No nos interesa para nada el hijo de Isaí
¡Regresa a tu casa Israel!
Y, tú, David, ¡cuida de tu propia casa!

El conflicto fue tan grande que Roboam envió a una persona a reestablecer el orden, pero estos al verlo lo apedrearon. Cuando el rey se enteró de este suceso subió a su carro y se refugió en Jerusalén.
Mientras tanto en las regiones del norte del país diez tribus de Israel estaban nombrando a Jeroboam por rey. El país estaba dividido y continuó así en los años venideros. La profecía de Dios por medio del profeta Ahías se había cumplido a plenitud y Jeroboam, un hombre con la capacidad y la diligencia requeridas gobernaba sobre diez tribus de Israel a sus anchas y a su voluntad, con la condición que este se mantuviese en los caminos correctos; el reino de Salomón había sido dividido y todo esto ocurrió porque Dios así lo quiso.


Roboam, ahora rey de las regiones del sur, de la tribu de Judá y de Benjamín no iba a quedarse de brazos cruzados y desde su fortaleza en Jerusalén movilizó a ciento ochenta mil guerreros a fin de pelear contra las diez tribus y recuperar el reino que le había sido diezmado. Una batalla totalmente irregular, pues aunque ciento ochenta mil parezcan numerosos no son comparados a los cuatrocientos mil que Jeroboam tenía preparados para pelear.
Si Roboam había sido diligente en querer recuperar el reino, aún más diligente fue Jeroboam, quien había fortificado la ciudad de Siquem, la cual llegó a ser su capital.
Hubiese sido una inevitable masacre de no ser por el profeta Semaías quien advirtió a Roboam, rey del sur sobre un mensaje de Dios el Todopoderoso:

Así dice el Señor: No peleen contra sus parientes los israelitas. ¡Regrese cada uno a su casa, porque lo que ha sucedido es obra mía!

Todo el pueblo de Judá obedeció el mensaje del Señor y cada uno volvió a su casa tal como el señor lo había ordenado.


Si una palabra puede resumir la primera parte de este escrito es INESTABILIDAD. La armonía en la forma de vida de los israelitas se vio turbada por las malas decisiones de un rey. Cada vez que nosotros abandonamos al Señor y al igual que Salomón comenzamos a desviar nuestro corazón a aquello que no glorifica al Padre Dios se encarga de hacernos un llamado de atención como lo hizo Ahías con Salomón.
Es muy triste cuando tenemos tan endurecido el corazón que incluso ignoramos las llamadas de arrepentimiento que Dios nos da.
Creemos que todo lo que nos rodea esta bien, pretendiendo tener el control de todo, como si hubiésemos sido nosotros mismos los que lo hubiéramos logrado. Al rey Salomón se le olvidó que años atrás fue el mismo quien se declaró incapaz de gobernar y le imploró al Creador por sabiduría para guiar la nación por un camino correcto.
Pero parece que al pasar los años nuestro ser se amolda a la rutina y se olvida de dar gracias a quien nos dio todo. El trabajo por el que clamábamos hasta altas horas de la noche hoy parece como si siempre lo tuvimos, da la impresión que por derecho propio nos pertenece; la esposa (o esposo) por el que oraste en las madrugadas hoy te molesta a tal punto que reclamas a Dios como si Dios fuese el culpable. Todo lo que nos rodea nos parece “normal” cuando ha sido por gracia que lo recibimos.
Al igual que Salomón Dios nos está dando una oportunidad de hacer las cosas mejor. Cuando el Señor habló por medio de Ahías el reino no había sido arrebatado aún, dando la última oportunidad al monarca de arrepentirse pero este estaba tan cegado que creyó que el culpable era Jeroboam y no él. ¿Te suena familiar? Constantemente culpamos a otros por los errores que nosotros hemos cometido. El mayor error del ser humano es no reconocer sus errores. Y por otra parte está Dios, Juez justo quien no puede pasar por alto el castigo a sus hijos.
Otra de las causas por las que el enojo de Dios creció fue porque Salomón conocía al Creador. Le había visto en sueños y la gloria de Dios llenó el templo cuando fue este acabado. El rey estaba sobre advertido de las consecuencias nefastas de olvidarse de Dios y osó hacerlo en su vejez.
Quiero pongas atención en algo: A pesar que la sentencia fue dictada, que diez tribus se le entregaron a Jeroboam para que gobernara a sus anchas, Dios dejó dos tribus para que la simiente de David las gobernara. Eso da a entender que Dios a pesar de ser justo también es misericordioso y clemente (que escucha el clamor) y que aunque no merecemos absolutamente nada por nuestras rebeliones el ha querido que tengamos comunión a través de Jesucristo. El Dios de Gracia que actuó con Salomón es el mismo que nos dio la vida y el sustento y el mismo quien tendrá control del mañana.
Hoy, antes de entrar a mi trabajo leía un versículo que pone punto final a esta primera parte:

Dios los ha unido a ustedes con Cristo Jesús, Dios hizo que el fuera la sabiduría misma para nuestro beneficio. Cristo nos hizo justos ante Dios; nos hizo puros y santos y nos liberó del pecado. Por lo tanto, como dicen las escrituras: “Si alguien quiere jactarse, que se jacte solamente en el Señor”

1 Corintios 2.30-31



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