Un viejo amigo

Posado sobre su rama, en la oscuridad de una noche de marzo el búho luce meditabundo. Su mirada parece perdida en la infinidad de estrellas en el firmamento. Lo conocían muchos, y los que no podían verlo por alguna razón, sea la distancia o la indiferencia escuchaban hablar de él de terceras personas;  aunque el argumento siempre era el mismo:
 –“Vimos al búho en su rama, observándonos…” se decían entre ellos. No exageraban, comentaban la verdad. Y es que la naturaleza de un depredador nocturno como él se limitaba a observar día y noche, como buscando algo que se le perdió tiempo atrás, algo que tiene que encontrar a como dé lugar. Y es que aun para mí quien lleva tiempo observándolo,  el ave es un misterio aun;  pues no he podido descifrar su verdadero estado de ánimo. Tu llegas a saber cuál es el sentir  de un canino por el mover de su cola, o de un felino por su ronronear; pero el lúgubre ulular de un búho es igual en todo momento, el mismo tono neutro carente de lágrimas o de expresiones en sí mismo;  lo que lo hace aún más misterioso, no en vano muchos lo evitan o le temen.
Las circunstancias que nos llevaron a conocernos no fueron las adecuadas, parece que fue ayer cuando sus plumaje color de miel no era más que ligeros pelillos de plumas no desarrolladas aún, a temprana edad su vida no fue nada fácil pues la tragedia lo perseguía cual cazador inmisericorde a su presa, buscándolo, acechándolo día y noche. Desde polluelo comprendió que su destino en la vida era estar solo, pues todas las cosas, por buenas que fueran se acababan. Esa lección la aprendió por experiencia propia, una y otra vez fue aceptando su posición de búho; adoptando a la soledad como su compañera fiel.
Nunca quiso ser el centro de atención. Me atrevería a escribir que si tuviera el un poder sobrenatural hubiese escogido el ser invisible ante todo el mundo. De querer llamar la atención hubiese elegido ser pavorreal o guacamaya. Lo irónico es que muchos dicen comprender su carácter insensible y grosero,  otros pocos afirman ser sus amigos, pero lo he observado por años y son muy pocas las personas que han tocado la fibra más profunda de su ser. Noches estrelladas como esta, suele mirar hacia el firmamento acicalando sus plumas como si conversara con su Creador , sabe que su tiempo se termina y que sus plumaje no tiene el brillo de antes, su vuelo se hace cada vez más torpe, pero lo que conserva intacto es su corazón.
En ocasiones me hastío de él, me repugna verlo en su rama, siempre en la misma posición intimidante, otras veces lo abandono por días y me es indiferente; pero hay ocasiones como la de hoy, que me quedo como niño observándole detenidamente, admirando su temple solitario y ermitaño, comprendiendo en momentos su ser como si existiéramos en un solo cuerpo, con un mismo sentir...

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