Icabod: La historia de una derrota
El inclemente sol del desierto de Judea, la sed, el cansancio y las altas temperaturas parecían no importarle a este joven. Sin embargo, a pesar de su debilidad, subía los riscos esperando llegar a planicie costera y específicamente a Siloh. El hombre era portador de terribles noticias.
Todo comenzó hacía un par de días atrás, cuando los escuadrones volvían a la ciudad. Hacía semanas que una encarnizada batalla había comenzado en Afec, en la Sefela , junto al río Jordán y desde un inicio la superioridad numérica del enemigo así como la innovación de armas de ataque y estrategias de batalla hacían inclinar la balanza de un lado. Israel debía defender su territorio para evitar ser esclavos una vez más del enemigo pero no eran más que un ejército raquítico compuesto de campesinos y civiles armados. Los filisteos no eran personas desconocidas para ellos, se creía habían venido de la isla de Creta en Grecia, y aparte de ser formidables marineros eran magníficos guerreros. Históricamente habían invadido Egipto en 1190 a .C. y fue el faraón Ramsés III quien los expulsó, asentándose en la costa de Canaán (hoy Israel) y estableciendo cinco importantes ciudades en la parte sudoccidental de esta. Debido a que relativamente vivían en las mismas tierras las disputas por el territorio eran feroces y comunes. La mañana que los escuadrones llegaron a la ciudad, un clamor de llanto despertó a este joven de su sueño. Los ejércitos habían sufrido una derrota en el campo de batalla y unos cuatro mil soldados habían perdido la vida en la lid. El sol salía en una ciudad que se hundía en la zozobra de la incertidumbre. Ser esclavo significaba pagar tributo ante el pueblo vencedor, así como las cosechas y ganados dejando aún mas pobre al pueblo de Dios. Tras consultar con los ancianos se acordó reagrupar las tropas, reclutar nuevos soldados, jóvenes inexpertos cuyas únicas esperanzas estaban en la fuerza que poseían y en el coraje de una venganza próxima.
Apenas el benjamita llegó a la asamblea general escuchó a los ancianos acallando a la multitud:
- ¿Por qué nos ha herido hoy Jehová delante de los filisteos? Traigamos a nosotros de Siloh el arca del pacto de Jehová, para que viniendo entre nosotros nos salve de la mano de nuestros enemigos.
Lo que los ancianos y todo el pueblo desconocían era que El Creador no estaba con ellos, debido a que su forma de vida hacía años no glorificaba a Dios producto de pecado y una falta de celo por Dios. No era que la Palabra faltara, pues a lo largo de 20 años Samuel predicaba al pueblo pero ellos habían caído en una conformidad espiritual. Un grupo de personas fue enviado a Siloh donde el arca de Dios moraba. La tarde despuntaba en la desértica ciudad cuando los atalayas en el muro dieron la noticia haciendo sonar sus trompetas. Miles de curiosos se asomaron a la puerta de la ciudad y vieron el arca de Dios traída junto a los sacerdotes Ofni y Finees y un contingente de jóvenes soldados enlistados voluntariamente por el camino, confiados en que debido a que la mismísima presencia de Dios representada por el arca iría a la batalla la victoria estaba asegurada. Un feroz grito de batalla se levantó en la ciudad, tan fuerte y eufórico que la tierra tembló.
Esa noche el joven no durmió. La ansiedad que al día siguiente partirían al campo de batalla impidió que conciliara el sueño. Partieron antes que el sol saliera, junto al canto de los primeros gallos formando sus tropas junto a Eben Ezer. El número de tropas que iba en esta ocasión era mucho mayor al primero que fue derrotado, con la diferencia que era un ejército joven e inexperto aunque muy confiado porque delante de ellos iba el arca. La última vez que el arca vio la luz del sol fue cuando milagrosamente los muros de Jericó cayeron, así que para estos jóvenes sus corazones ardían de pasión porque serían caudillos que harían historia.
El campo de batalla era una región fértil rodeada de muchos sicómoros, y esta vez, como una revancha Israel tenía superioridad numérica contra sus opositores. Un sonido estridente de un Shofar indicaba la agrupación de tropas listas para la batalla. En el otro lado, los filisteos hacían lo mismo. Los instantes siguientes parecieron una eternidad, esperando el primer grito para la batalla. Un sudor frío recorría la frente del Benjamita sumado con las náuseas que le incomodaban. Apenas tuvo tiempo para pensar en ello, porque la primera hilera de flechas salió del campamento filisteo. En pocos segundos escuchó el inconfundible silbo de las saetas a su lado, fusionado con los gritos agónicos de soldados heridos en un baño de sangre. El capitán de los ejércitos dio el grito y las tropas corrieron a atacar. Los segundos pasaron lentamente. En el calor de la batalla sintió un golpe detrás de la cabeza y todo se puso oscuro.
Despertó unas horas después, aunque el tenía la sensación de haber pasado unos segundos nada más. Sangre seca mezclada con polvo y un insoportable dolor de cabeza producto de la insolación del desierto era lo que sentía. De la batalla quedaba un océano de cadáveres, la mayoría de su mismo ejército, al buscar sobrevivientes le contaron la terrible noticia: El Arca del Pacto, donde la mismísima presencia de Dios moraba había sido robada por los filisteos y los sacerdotes Ofni y Finees yacían muertos en el campo. Debido a que era la persona que físicamente se encontraba en mejor estado corrió a Siloh a ser portador de terribles noticias.
Llegó al ocaso. Había corrido unos cuarenta kilómetros aproximadamente entre riscos, y terrenos inhóspitos. Su garganta estaba reseca y su ropa hecho jirones. En la batalla habían perecido 30,000 hombres de Israel. Cuando Elí el sacerdote escuchó el estruendo del pueblo preguntó:
— ¿A qué viene tanto alboroto? —preguntó Elí, al oír el griterío. El hombre corrió para darle la noticia.
—Vengo del frente de batalla —le dijo a Elí—; huí de las filas hoy mismo. — ¿Qué pasó, hijo mío? —preguntó Elí.
—Los israelitas han huido ante los filisteos —respondió el mensajero—; el ejército ha sufrido una derrota terrible. Además, tus dos hijos, Ofni y Finees, han muerto, y el arca de Dios ha sido capturada.
El hombre de noventa años de edad, al escuchar tan terribles noticias cayó de la silla donde estaba sentado y se desnucó y murió porque era un hombre pesado. Su nuera encinta y próxima a dar a luz al saber que su esposo Finees estaba muerto le vino dolores de parto y agonizante escucho a las parteras diciendo que era un varón, al cual pusieron por nombre Icabod (Sin Gloria).
Que triste es saber como el pueblo de Israel no tuvo la sensibilidad de poder ver que Dios no estaba con ellos en esa batalla, producto de sus pecados. Cuando tu comienzas un proyecto o una empresa, ¿estas seguro que Dios lo aprueba? ¿Tomaste el tiempo suficiente de esperar una respuesta de su parte? Después no lamentemos que las cosas fracasan, recuerda que Dios es celoso y su Voluntad permanece para siempre.
A Dios la Gloria.
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