Un Invitado a Cenar

…Vas a tener la oportunidad de verle esta noche Jacobo, para que de una vez por todas descubras por tu cuenta todo lo que te he dicho de él y de sus falsas enseñanzas. Todo este tiempo  has tenido el privilegio de escuchar la verdad de mis labios y a lo mejor nunca llegues a ser un buen fariseo como lo soy yo, o sientas la piel erizarse de la emoción con el hecho de solo mencionar nuestra élite (fariseo significa separado). Somos el grupo mas influyente de todo Israel y gozamos de tanta autoridad que  si nosotros afirmamos algo incluso contra el rey Herodes o el mismísimo Caifás somos creídos por el pueblo*.

Y no es para menos, si luego se ve la santidad en nuestras vidas: Ayunamos dos veces por semana, escrupulosamente damos el diezmo en el templo y celosamente cuidamos al pueblo sobre las enseñanzas e ideas tontas de los saduceos. Los flecos en nuestra vestimenta dicen mucho de nosotros, que no somos iguales ante los demás, apartados en santidad y cumpliendo celosamente la Torah.
Es por eso, que te cité a que vinieras a mi casa a cenar, para que de una vez por todas deshagas las ideas sobre ese falso Mesías que se  ha levantado; y que no te dejes impresionar por los milagros que hace Jacobo. Recuerda, como aprendiz de fariseo tu debes discernir todas estas cosas, es por eso que el destino nos unió a ti y a mi, tú como mi discípulo y yo como tu mentor. Como un ejemplo, la semana pasada resucitó a un joven aca mismo en Naim, y el pueblo ignorante lo aclamaba como Rey. ¡Si solo es un simple carpintero de Nazareth!

Esta noche en la hora de la cena viene ese tal Jesús. Lo invité a mi casa, pero quiero dejarte en claro que los fariseos no tenemos el mas pequeño respeto por el. Te esclarezco nuevamente que hable lo que hable Jesús, no es mas que un falso e hipócrita.

-          Entendido maestro – Exclamó el joven.

Llegaron a la casa al atardecer. El triclinio, era una costumbre romana adoptada por los antiguos judíos; situando tres canapés con distintos alimentos colocados a los lados de una habitación formando un cuadro. El cuarto lado quedaba abierto para que la servidumbre pudiera servir a los comensales**. La hospitalidad era muy importante en el oriente medio, pues se tenía la creencia que se hospedaban ángeles. A la hora de cenar, la habitación estaba perfectamente iluminada y se encontraban Simón, Jacobo y un grupo de fariseos. El murmullo de una multitud daba a entender que Jesús estaba cerca. – que escandalo – pensó Simón para si. El recibimiento de Jesús en casa de Simón fue frio y de mal gusto. No se le ofreció agua para lavarse los pies, ni se le saludó de beso como se acostumbraba, ni siquiera se ungió su cabeza con aceite para aplacar el calor del día y para hacerle sentir bienvenido, sin embargo Jesús si ocupo el lugar de los invitados en el triclinio; recostando la cabeza sobre un almohadón, descansando sobre su brazo izquierdo y la parte inferior hacia afuera.

Jacobo sintió decepción también al ver el perfil del Hijo de Dios. Su piel bronceada por el sol, un par de cicatrices y manos toscas producto de trabajar durante treinta años en la carpintería distaba de la imagen de l hijo de David que tanto había escuchado. Y es que la verdad no había atractivo alguno en este hombre, salvo su voz;  fuerte y serena al mismo tiempo y una seguridad en su doctrina; pues enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas de la ley.

El cordero y el vino, asi como el pan, las aceitunas y los quesos fueron de lo mejor. Estaban a la mitad de una conversación cuando una mujer entró a la casa, su rostro demacrado de la depresión y las lágrimas, así como los gemidos de sollozos; rompieron la relativa paz del interior. Su ropa indicaba que era una prostituta y sus manos, dañadas de años de trabajos arduos sostenían un recipiente carísimo de alabastro con perfume dentro. La posición en la que Jesús estaba le dio oportunidad a ella de acercarse al Hijo de Dios sin aproximarse a los demás invitados. Besaba sus pies, regándolos  con lágrimas de arrepentimiento, secaba los mismos con sus cabellos y le ungía con el perfume. No dijo palabra alguna, pues al intentar expresar alguna un nudo en su garganta producto de la angustia que sufría se lo impedía.


Simón, al presenciar semejante espectáculo dijo para sí:

- Éste, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que lo toca, que es una pecadora.

Pero Jesús, aparte de conocer a la mujer, también conocía al anciano. Le miro a los ojos y con un semblante muy tranquilo le dijo:

—Simón, tengo algo que decirte.
—Dime, Maestro —respondió.
—Dos hombres le debían dinero a cierto prestamista. Uno le debía quinientas monedas de plata, y el otro cincuenta.   Como no tenían con qué pagarle, les perdonó la deuda a los dos. Ahora bien, ¿cuál de los dos lo amará más?
—Supongo que aquel a quien más le perdonó —contestó Simón.
—Has juzgado bien —le dijo Jesús.
Luego se volvió hacia la mujer y le dijo a Simón:—¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa, no me diste agua para los pies, pero ella me ha bañado los pies en lágrimas y me los ha secado con sus cabellos.
Tú no me besaste, pero ella, desde que entré, no ha dejado de besarme los pies.
Tú no me ungiste la cabeza con aceite, pero ella me ungió los pies con perfume.
Por esto te digo: si ella ha amado mucho, es que sus muchos pecados le han sido perdonados. Pero a quien poco se le perdona, poco ama.
Entonces le dijo Jesús a ella:—Tus pecados quedan perdonados.

¿Qué tan grande fue la deuda que Jesús perdono en tu vida?
¿Cuál es el calibre de amor y agradecimiento que le demuestras?
¿Qué estás esperando para corresponderle con tu vida rendida ante su majestad?

A Dios la Gloria  




*                        Antigüedades Judías, libro XIII, cap. X, sec. 5. Flavio Josefo

**                      Usos y costumbres de las tierras bíblicas

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