Lecciones de un desierto (II Parte)

La noche comenzaba a caer sobre las dunas y debajo el enebro donde descansaba Elías, el hombre tomó sus alimentos en la soledad. Aunque su manera de pensar no había cambiado respecto a su condición como profeta y prefería morir antes de  ser proscrito, sabía que los ángeles son mensajeros de Dios, por lo cual debía levantarse de donde estaba, ir al Sinaí (Horeb) y encontrarse con el Creador.
Los trescientos kilómetros que hay entre el desierto de Judea en Israel y la Península del Sinaí, donde el monte Horeb se encontraba, fueron recorridos sin prisa alguna. Curiosamente lo que al pueblo de Dios le tomó cuarenta años cruzar, a Elías solo le tomó cuarenta días hacerlo. Posiblemente lo hacía al atardecer aprovechando la frescura de la noche  para avanzar, y en el día refugiarse bajo los enebros, en abundancia en esas zonas, aunque la Biblia nos dice lo contrario. Fueron cuarenta días y noches los que caminó. No comió ni bebió nada en esos días de peregrinaje, la torta cocida sobre las brasas que hacía días el ángel le preparó bastaba para recorrer esa distancia.
Los tiempos de ayuno sensibilizan la espiritualidad de las personas, con Elías no fue la excepción. Su resentimiento contra Dios aún estaba en carne viva, hubiese deseado poderle tener frente a frente para discutir su situación, exponer su renuncia o provocarle para que Dios le quitara la vida de una vez. Tan sentido estaba que  le llamaba ELOEH SEBAOT (Dios de los Ejércitos) no como una reverencia a su nombre sino de una forma sarcástica, pues ahora no quedaba nada más que un flaco profeta que huía para salvar su vida.

-¿Dónde está Dios en momentos como este?  ¿Porque permitió que fuese el último? ¿Cual fue la razón por la que me llamó, si ahora me tiene en esta situación? No vine a este mundo sino a sufrir, hubiese nacido muerto mejor y no ver la luz del día, pues a los muertos nadie los recuerda. Estoy muerto para Dios, pues de no ser así hubiese acabado con Jezabel de una vez por todas y solucionado mis problemas.

Ese tipo de pensamientos negativos, de abandono, de desesperación y frustración frecuentemente vienen cuando cruzamos un desierto. Sentimos que Dios nos abandonó y nos dejó solos cuando cruzamos los momentos difíciles, la noche oscura y fría viene a nuestra vida y no me dejaras mentir que los desiertos no son para nada confortables. Sólo hay un lugar adonde mirar: Hacia arriba. Dios no es una de muchas opciones a tomar en esos momentos, es la UNICA OPCION. No queda nadie más sino Cristo.
 
Escaló la montaña con dificultad, pero con paso firme. Bajo los últimos rayos de luz solar y aproximadamente a dos mil quinientos metros sobre nivel de mar la vista era impresionante. Una mezcla de rojos, naranjas y el azul tenue de una oscuridad próxima a venir caía sobre el desierto. El mismo desierto del Sinaí, que antaño lo iluminara la presencia de Dios con una columna de fuego  por las noches, hoy parecía acompañado con la soledad. Al fondo el imponente mar Rojo marcaba la frontera final a la vista. Elías, después de cuarenta días sintió cansancio, buscó una cueva y se refugió allí. Es curioso. Estaba en el monte de Dios, en el Sinaí, el mismo lugar donde muchos años antes el Creador se manifestó con poder, a tal punto que el monte humeaba, y su voz era como trueno. El mismo lugar donde a Israel se le ordenó santificarse desde tres días antes de dictarse los diez mandamientos, bajo la estricta orden que quien tocara las bases del monte, ya sea bestia o persona moriría apedreado o asaeteado. En ese mismo monte Elías estaba dentro de una cueva, como escondiéndose de Dios y no deseándole ver, ensimismado, y desganado totalmente.
A lo largo de la historia, desde el inicio de la creación el hombre siempre ha tratado de esconderse de su Dios. Constantemente pensamos que no nos entenderá en los problemas que atravesamos, le hacemos culpable de nuestras desgracias, no comprendiendo que en ocasiones, como las plantas necesitamos ser podados para obtener más fruto.
Elías comenzaba a dormir en el interior de la cueva cuando una voz le despertó:

-          ¿Qué haces aquí Elías?

Era la amorosa voz de Dios hablando personalmente con el profeta. Lejos de lo que Elías pensaba, Dios si le conocía personalmente, lo llamó por su nombre y el tono de la pregunta, aunque era exhortativo tenía rastros de amor eterno.

-          He sentido un vivo celo por El Eterno Elohe Sebaot, porque los hijos de Israel han abandonado tu pacto, han derribado tus altares, y han matado a espada a tus profetas; y yo solo he quedado, y me buscan para quitarme la vida.

Sinceridad. Es la palabra que describe al profeta. Al decir “he sentido un vivo celo” en realidad quería decir “me siento muy enojado contigo”. No vengamos delante de Dios fingiendo ser una cosa cuando en realidad sentimos otra por dentro. Dios pide que seamos transparentes, sin doblez de corazón. Al reconocer sus sentimientos, Dios debía tratar con el profeta esa fue la razón por la que le dijo:

-          Sal afuera y ponte de pie en el monte, delante del Eterno.

Puedes quejarte, darte por vencido, incluso tratar de esconderte de la presencia de Cristo, pero jamás creas que no cumplirá el propósito que tiene para ti. No eres llamado al azar, eres llamado con un propósito para su Gloria y Honra. A Elías lo sacó de la cueva donde se escondía ¿de donde nos sacará a nosotros?

(continuará…)

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