Lecciones de un Desierto (Parte Final)

La voz del Creador hablándole al profeta significo mucho para este. El hecho que le llamara por su nombre figuraba que Dios le conocía a plenitud y no era un desconocido para Él. La pregunta “¿Qué haces aquí?” más como una expresión de curiosidad era un reclamo por parte de Dios para que el hombre recapacitara y saliera de una vez del encierro mental en el cual se encontraba. Dios no permite que su profeta permanezca en el escondite; ordena que se ubique en el lugar de la revelación (como Moisés). Es como si Dios le dijera: “Te has salido del ministerio que te entregué. Recuerda que todavía sigues siendo mi profeta. No has terminado tu carrera”

—Sal y preséntate ante mí en la montaña, porque estoy a punto de pasar por allí.


Elías tomó su manto y se levantó. Mientras caminaba esos 40 días constantemente anhelaba encontrarse con Dios, de la misma manera que lo hizo Moisés en el desierto hablando cara a cara con el Eterno. Deseaba tanto exponer su queja delante de El, sin darse cuenta que hacía un buen tiempo había olvidado el objetivo para el cual fue creado y comenzó a sentir lástima por él mismo y su condición. Constantemente se conmiseraba por creer ser el último de su condición y le reprochaba a Dios por creerlo injusto. Aún así obedeció y caminó a la entrada de la cueva.

Era aún de noche cuando salió, el frío del desierto caló en sus huesos. La tranquilidad de la noche fue repentinamente interrumpida por un poderoso viento, tan fuerte que parecía partir la montaña en dos. Tras el viento, inmediatamente vino un terremoto el cual sacudió los cimientos de la tierra. La noche fue iluminada con un potente fuego, tan fuerte que hacía parecer  el entorno como si fuera de día.
Eran las señales que cualquier ser humano hubiese esperado de un Dios Todopoderoso, que antaño dividiera el mar en dos, capaz de mover galaxias enteras solamente con su palabra. Elías conocía dichas manifestaciones: Dios antaño se le manifestó a Job por un torbellino, y al profeta aquella historia contada por sus padres de generación en generación en la cual el mismísimo Dios descendió en fuego al Sinaí y todo el monte se estremecía con poder no le era extraña. (Éxodo 19.18).
Pero en esta ocasión la Biblia nos dice que el Eterno no estaba en esas señales. Al contrario del Dios al cual Elías había conocido antaño, un Dios rígido, tirano e inaccesible, un silbo suave y apacible acompañó las señales manifiestas. Otras traducciones sugieren que fue un susurro, una voz suave y delicada, tan intima que ni el escriba que plasmó por escrito la historia del profeta logró comprender.

Elías si lo entendió perfectamente. Se trataba de la eterna gracia y misericordia de un Dios amoroso. Al leer la historia una y otra vez trato de comprender cual fue el mensaje específico de dicho susurro, ¿Qué palabras le dijo Dios a Elías para que este, mostrando una señal de profundo respeto y reverencia cubriese su rostro con las manos? ¿habrá sido un simple “te amo”? La verdad el mensaje es una interrogante que he tenido por años leyendo una y otra vez ese pasaje, buscando otras traducciones para encontrar pistas. Llegué a la conclusión que fue algo intimo entre Dios y su profeta (en pocas palabras debo desistir y dejar de ser metiche). Algo es totalmente cierto, la gracia de Dios es la misma para con nosotros. Tan incomprensible que perdona aún nuestros más oscuros y ocultos errores simplemente con confesar nuestros pecados delante de Él. Tan maravillosa que dio a su Hijo perfecto para ser un sacrificio por pecadores que ni siquiera merecíamos su amor. Tan insondable, que a pesar que le fallamos una y otra vez siempre nos da una oportunidad para levantarnos y seguirle una vez más. Así es el inmenso, sublime y eterno amor de un Dios que no depende si le sentimos o no en el desierto de nuestra vida, EL ESTA ALLI.
Una cosa más para terminar este escrito: Elías ignoraba que humanamente no estaba solo. Dios se provee a sí mismo y aún quedaban siete mil hombres que seguían fieles sin doblar sus rodillas ante los dioses paganos. Incluso tenía en sus planes a Eliseo, quien llegó a ser el sucesor del profeta.
¿Qué lección aprendemos de esta historia?

  1. Es posible, a veces, que sintamos que nuestra tarea no lleva frutos. Trabajamos, pero no se ven de una vez los resultados, entonces hay que tener paciencia.
  2. Hay que seguir adelante. A veces podremos comenzar, pero otros terminarán la tarea en un tiempo corto o lejano. A veces, a los siervos de Dios se les toma en cuenta no tanto por lo que hicieron, sino por lo que anunciaron.
  3. Nunca debemos pensar que somos los únicos fieles. La obra es de Dios, y él nunca está en situación desesperada, aunque huyamos del campo de batalla.
  4. El Espíritu Santo no necesita de manifestaciones ruidosas para hacer su obra. A veces, Dios habla a y por nuestra conciencia por medio del sonido apacible.
  5. Contestemos ahora a estas preguntas: ¿Se arrepintió el mundo por el diluvio? ¿Cuántos se salvaron en Sodoma y Gomorra? Vendrán terremotos, tempestades y sequías, pero siempre habrá corazones tan duros como el de Jezabel.
  6. “No con ejército ni con fuerza, sino con el Espíritu...” (Zac_4:6). “Conoce el Señor a los que son suyos” (2Ti_2:19).
  7. Los grandes siervos de Dios tienen su “arbusto de enebro”. Después de una gran victoria, puede venir la tentación del desaliento. Y trataremos de convertirnos en víctimas para causarle lástima hasta de Dios.
  8. Es recomendable no descansar en los triunfos pasados.

A Cristo sea la Gloria por los Siglos

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