En Busca de Juan Marcos
“El reino de los cielos es como la levadura que utilizó una mujer para hacer pan. Aunque puso solo una pequeña porción de levadura en tres medidas de harina, la levadura impregnó toda la masa”
A pesar que no la escucho de los labios del maestro la enseñanza había germinado en el corazón de este hombre. Tenía muy en claro que el común denominador para las parábolas referente al reino era una sola: EXPANSIÓN. Pudo comprobarlo al experimentar el enorme cambio que el mismo Jesús había hecho con su vida, y desde ese momento; con denuedo hablaba de las buenas nuevas de salvación, tanto a judíos y desde unos pocos años atrás a los griegos por igual.
Hoy, después de una revelación del Espíritu Santo se embarcaba junto a Bernabé en el puerto de Seleucia. Su destino era Chipre. Estaba claro que el evangelio había comenzado a expandirse después de la muerte de Esteban y era la hora de apartarse de toda comodidad antes existente y comenzar a padecer por el evangelio de Cristo. Junto a ellos, un joven que no sobrepasaba los diecisiete años e iba como asistente de ambos: Juan Marcos, autor del segundo evangelio y primo de Bernabé.
Aunque habían sido encomendados por la iglesia en Antioquia ninguno de los tres imaginó que estaban haciendo historia en esos momentos. Subieron a la fragata en un día soleado y cuando partieron sintió su adrenalina subir. El olor a sal y la brisa marina los reconfortaba y cada quien, por su cuenta adoraba al Señor por tan maravilloso día. Para Saulo (es el tercero en la historia, por si no lo habías notado) era la oportunidad de predicar el evangelio donde pocos o ninguno había llegado, y esa razón era suficiente para motivarle. Bernabé, por otro lado, estaba igual de gozoso por llevar un reporte de las buenas nuevas a los dirigentes tanto de Antioquia como de Jerusalén. Juan Marcos daba por satisfecho su espíritu de aventura y osadía al llegar a tierras a las cuales nunca había llegado.
Llegando a la ciudad de Salamina, recordaron las palabras de Jesús:
No vayan a los gentiles ni a los Samaritanos, sino solo al pueblo de Israel, ovejas perdidas de Dios. Vayan y anúncienles que el reino de Dios esta cerca (Mateo 10.5).
Esta instrucción no dejaba por fuera a los griegos o gentiles, Pablo (Saulo) estaba sabedor de ello, y era conciente que el mensaje de salvación era enfocado primeramente a los judíos por la promesa hecha a Abraham y después a los gentiles, por esta razón cuando llegaron a Salamina fueron a las sinagogas judías (recuerda que habían judíos dispersos por todo el mundo) y allí predicaban la palabra de Dios.
Para el joven Juan Marcos, el ser asistente de misionero fue todo lo contrario a lo que esperaba. Muchas veces soportaron hambre, desvelos, añoranza por su tierra, sin decir de las veces que los insultaron e incluso golpearon. Buscaba el joven en cierta manera un protagonismo, el ser reconocido como “el misionero” pero no supo que debía pagar un alto precio por ello. Aún así, sin decírselo a sus mentores, les acompaño de ciudad en ciudad en Chipre.
La cultura griega estaba caracterizada por hombres que buscaban la sabiduría. Hasta este día aún nos asombran las enseñanzas de Sócrates o Platón. Gracias a esa manera de vivir Pablo y Bernabé fueron escuchados por todo Chipre. Había griegos que creían en el mensaje, había otros que lo menospreciaban y lo ignoraban. Fue así como llegaron a la ciudad de Pafos. Como era costumbre, inicialmente se metían en las sinagogas y dentro de estas conocieron a Barjesús, un judío muy apegado al gobernador Sergio Paulo y fue el mismísimo gobernador, un hombre muy inteligente, quien invito a los tres a su casa para escuchar el mensaje
Pablo, mirándolo a los ojos y lleno del Espíritu Santo le dijo:
¡Tú, hijo del diablo, lleno de toda clase de engaño y fraude, y enemigo de todo lo bueno! ¿nunca dejarás de distorsionar los caminos verdaderos del Señor? Ahora mira, el Señor ha puesto su mano de castigo sobre ti, y quedarás ciego, no verás la luz del sol por un tiempo. (Hechos 13.10-11)
Inmediatamente Barjesús perdió la vista e imploraba que alguien le tomara la mano y lo guiara. Tal impacto causó esa escena que el gobernador Sergio Paulo creyó a la palabra y se convirtió al cristianismo. Había alguien más que quedó plenamente asombrado: Juan Marcos desde atrás miraba la escena con temor y temblor. Había sido demasiada emoción para el joven a tal punto de desear irse del lugar, sintiéndose entre la espada y la pared, pues después de ver lo que sucedió con Barjesús temía que el juicio de Dios cayera sobre él también por cobarde.
La ciudad portuaria de Panfilia fue el lugar donde Juan Marcos tomó la decisión. Sinceramente como escritor ignoro si habló con sus mentores o simplemente abandonó su ministerio huyendo de sus responsabilidades, lo cierto es que la Biblia nos dice que Juan Marcos los dejó y regresó a Jerusalén.
Muchos nuevos creyentes, tanto judíos como gentiles se convirtieron al escuchar las buenas nuevas a través de ambos misioneros. Pasado un tiempo, y ya en Jerusalén, Pablo le dijo a Bernabé:
Volvamos a visitar cada una de las ciudades donde ya antes predicamos la palabra del Señor para ver como andan los nuevos creyentes (hechos 15.36)
Bernabé estuvo de acuerdo con la idea de Pablo, y quería llevar consigo a Juan Marcos. Los que hemos liderado y aconsejado a los jóvenes podemos dar testimonio que tratar con ellos no es tarea fácil, pues su cerebro y sus emociones están en pleno desarrollo. Por esa razón se llaman “adolescentes” porque adolecen o mejor dicho sufren de una inconsistencia emocional. Muchos adultos esperamos que el joven reaccione como debemos reaccionar nosotros, madura y responsablemente (si es que realmente reaccionamos así), y fácilmente nos enojamos cuando ellos no obran de esa manera.
Pablo, aunque buen predicador no tenía experiencia en tratar jóvenes; por lo que se oponía a que Juan Marcos, quien los había abandonado en su primer viaje les acompañase. Bernabé por su parte no tenía corazón para decirle no a quien era su primo en sangre, y buscaba darle una segunda oportunidad al muchacho. Tal discusión fue tan intensa que ambos, Pablo y Bernabé se separaron el uno del otro. Bernabé tomo a su primo Juan Marcos y navegaron rumbo a Chipre y Pablo, escogiendo a Silas viajó al norte por Siria y Cilicia fortaleciendo a todas las iglesias.
Los años pasaron por la vida de Pablo, tú conoces muy bien lo importante que este fue al presentar el evangelio como apóstol de los gentiles. El mismo Pablo hace un resumen de su vida:
¿Son ellos hebreos? Yo también lo soy. ¿Son Israelitas? También lo soy yo. ¿Son descendientes de Abraham? También yo. ¿Son siervos de Cristo? Se que sueno como un loco pero ¡yo he servido mucho más! He trabajado con más esfuerzo, me han encarcelado mas seguido, fui azotado innumerables veces y me enfrenté a la muerte en repetidas ocasiones. En cinco ocasiones distintas los líderes judíos me dieron treinta y nueve latigazos (¡¡195 latigazos!!) Tres veces me azotaron con varas, una vez fui apedreado. Tres veces sufrí naufragios. Una vez pasé toda la noche y al día siguiente a la deriva en el mar. He estado en muchos viajes muy largos. Enfrenté peligros de ríos y de ladrones. Enfrenté peligros de parte de mi propio pueblo, los judíos y también los gentiles. Enfrenté peligros en ciudades, desiertos y mares. Y enfrenté peligros de hombres que afirman ser creyentes pero no lo son. He trabajado con esfuerzo por largas horas y soporté muchas noches sin dormir. He tenido hambre y sed, y a menudo me he quedado si nada que comer. He temblado de frío sin tener ropa suficiente para mantenerme abrigado.
Además de todo esto, a diario llevo las cargas de mi preocupación por todas las iglesias. ¿Quién está débil sin que yo no sienta esa misma debilidad? ¿Quién se ha dejado llevar por el mal camino sin que yo no arda en enojo?
Si debo jactarme, preferiría jactarme en las cosas que muestran lo débil que soy. Dios el Padre de nuestro Señor Jesús, quien es digno de eterna alabanza sabe que no miento. (1 Corintios 11.22-31)
Nunca fue una vida fácil. Al analizar su historia comprendemos que dista mucho a la vida cobarde que hoy llevamos, y que los sufrimientos de un apóstol no son nada comparados a los “apóstoles” adinerados que vemos por la TV. Pablo vivió para Cristo, y no le importó morir por Él. Los sufrimientos antes descritos cobraron una factura en su cuerpo.
Cuando este envejeció necesitaba de la ayuda de otros tanto para escribir sus cartas como para asistirle en sus necesidades personales. Su última prisión fue en Roma. Estaba tan débil que no soportaba el peso de un cepo sobre sus hombros así que lo encerraron en una casa, a la cual llegaban muchos a asistirle. El servicio sanitario era un montón de paja que frecuentemente era cambiado por hermanos dadivosos, así como otros que se ofrecían a alimentarle y unos fieles como Tercio que redactaba las cartas que él dictaba (Romanos 16.22).
Sabía que no le quedaba mucho tiempo cuando se enteró que Nerón le iba a decapitar dentro de no muchos días, por lo cual escribió (o mejor dicho dictó) su última carta. Iba dirigida a un joven que al igual que Juan Marcos tenía muchos errores, su discípulo Timoteo, hijo de una creyente judía y un gentil.
(A Timoteo) No tengas miedo de sufrir por el Señor. Ocúpate de decirles a otros la buena noticia y lleva a cabo todo el ministerio que Dios te dio.
En cuanto a mi, mi vida ya fue derramada como una ofrenda a Dios. Se acerca el tiempo de mi muerte. He peleado la buena batalla, he terminado la carrera y he permanecido fiel. Ahora me espera el premio, la corona de Justicia que el Señor, el juez justo me dará en su día de regreso; y el premio no solo es para mí, sino para todos aquellos que esperan su venida. (2 Timoteo 4.6-8)
Algo en esta carta me llamó poderosamente la atención y es la causa por la que escribo estas líneas. En las palabras finales de Pablo, le da una encomienda especial a su hijo en la fe Timoteo:
Solo Lucas está conmigo. Trae a (Juan) Marcos contigo cuando vengas, porque me será de ayuda en mi ministerio.(2 Timoteo 4.11)
Pablo sabía que no podía partir de este mundo sin antes hacer las pases con Juan Marcos. De hecho desde antes se habían reconciliado ambos (Colosenses 4.10) pero esa petición nos deja una lección poderosa.
Todos en nuestra vida hemos actuado como Pablo, no comprendiendo que nuestro prójimo es totalmente distinto a nosotros y nunca pensará igual. Hemos ignorado a estos Juan Marcos en nuestra vida quienes necesitaron de nuestra experiencia, nuestra comprensión y nuestro consejo a tal punto en quedar enemistados con este tipo de personas, independientemente si ella cometió o no el error, pues recuerda que Jesús nos llamó a perdonar.
¿Cuántos Juan Marcos tienes? ¿No será el tiempo que como Pablo les busquemos para reconciliarnos? ¿Cuánto tiempo más pasara hasta que el mismo Dios bote nuestro orgullo?
Cada persona es totalmente distinta a ti, al no buscarla te estas perdiendo de aprender de las cualidades de esta, y estas dejando tu vida vacía e incompleta.
A Dios sea la Gloria por los siglos
Extensa pero estoy complacida de leerlo. Muestra un poco más de lo que es el perdón. DTB hermano
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