En busca de las zorras
No, no se trata de lo que estas pensando, pero si el título causó tu atención vale la pena que leas estas líneas. El tema surgió producto de un mensaje que leí en Facebook:
“Me rindo, ya no puedo más” Esa frase me llenó de mucha tristeza la verdad. Habíamos pasado ambos muchas pruebas juntos, reído por momentos y en otras ocasiones no nos quedaba más que darnos un abrazo y esperar que Dios respondiese las peticiones de nuestro corazón.
Ni siquiera tuvo el valor de decírmelo y hablarlo, me enteré por otros medios de algo que mi corazón temía, un soldado más desertaba de los ejércitos de Cristo a tal punto que hasta hoy (y espero equivocarme) no quiere saber nada más de Dios, de iglesias y mucho menos del evangelio.
No soy juez para dictar un veredicto, ni mucho menos usar este medio para agredir contra una persona; yo mismo soy conciente que el individuo más lleno de errores e imperfecciones en el mundo soy yo y que muchas veces abuso de la gracia de Dios. Los que le dan seguimiento a este blog son testigos vivientes que muy rara ocasión escribo sobre lo que siento, y generalmente lo enfoco de lleno a la Biblia (hoy no es la excepción), pero cuando me enteré de la noticia tuve muchos sentimientos encontrados, desde la ira, hasta la decepción, tristeza e impotencia.
¿Qué lleva a una persona a enfriarse? Comúnmente escuchamos predicaciones sobre volver al primer amor de Dios, avivar el fuego del don de Dios que esta sobre nosotros (en pocas palabras volver a tener temor de Dios) y en la iglesia los que nos congregamos buscamos un despertar espiritual en cada servicio.
Recordamos nuestro “primer amor” como si fuese algo que nunca va a regresar, como si a Dios se le hubiese terminado la creatividad para sorprendernos; cuando los que tenemos que esforzarnos por buscarle somos nosotros mismos, pues somos los hijos los que necesitamos más de Cristo y no lo contrario.
Cometimos un error “nos conformamos” a una medida de espiritualidad mediocre cuando Jesús vino a liberar, a que vivamos una vida abundante y seamos mas que vencedores por medio de El.
Si hablamos del tema del primer amor, creo que no vas a dejarme mentir que el libro más romántico en toda la Biblia es el Cantar de los Cantares de Salomón. Leyendo esos ocho capítulos encontré mi respuesta a la pregunta ¿Qué lleva a una persona a enfriarse? Presta atención a este versículo:
“Atrapen todos los zorros, esos zorros pequeños, antes que arruinen el viñedo del amor ¡porque las vides están en flor!”
Cantares 2.15
Soy sincero contigo. Tuve que leer este versículo muchas veces para lograr comprender a plenitud lo que Dios estaba hablando a mi vida. El “primer amor” no se termina de la noche a la mañana; no puedes decir “hoy estoy entonado con el reino de los cielos” y un instante después sentirte el ser más miserable del mundo, alejado de Dios por culpa de un pecado. El primer amor se va perdiendo gradualmente, todo por culpa de las zorras. Deja explico mejor para que entremos en el tema. En tiempos del rey Salomón, cuando el libro de los cantares se escribió no había manjar mas preciado que un buen vino. Los viñadores tenían un control muy minucioso de cuando era el tiempo de plantar, abonar y cosechar la vid pues de eso dependía la calidad de un buen vino. Constantemente tenían que lidiar con muchos problemas a la hora de la siembra: sequías, plagas y…. zorras. No tenían problema alguno de atrapar a las grandes, pues se diferenciaban a lo lejos, eran más lentas y caían más fácilmente en las trampas puestas por ellos; pero las pequeñas eran un auténtico dolor de cabeza. Parecían milicia que atacaba por todas partes sin previo aviso en busca ya sea de las flores del viñedo (no flores, no uvas; no uvas, no vino) o de los retoños de uvas.
Una cosecha excelente dependía de cuanto control se tenía sobre estos pequeños animales, y todo lo contrario, de no tener control sobre las zorras lentamente el dueño del viñedo se iba a la quiebra.
Hay una semejanza muy grande entre nuestra vida espiritual y esos viñedos. El producto final es la uva que produce el vino, representado en nuestra vida por el gozo de Dios en nuestros corazones. El sembrador (Jesús) cuida de nosotros (los viñedos), limpia el terreno, lo abona y espera pacientemente a que demos fruto. Pero muchas veces aunque las zorras grandes se han controlado, las pequeñas nos dan dolor de cabeza porque están robando los frutos que están a punto de madurar.
¿Cuántas veces hemos perdido bendiciones por esos pequeños pecados? Logramos vencer en Cristo y refrenar nuestra antigua manera de vivir, de hablar e incluso ponemos freno a vicios que destruían nuestro cuerpo; pero quedaron esas “pequeñas zorras”, hábitos ocultos que solo Dios y tu conoces y que, sin desviarme del tema, nos están alejando del “primer amor”.
Si tú en este momento has detectado pequeños pecados en ti que parecen tan inofensivos, pero que al final pueden traer un enfriamiento espiritual, es hora que al igual que el autor de cantares salgas de cacería. Te advierto, no es fácil. Yo mismo ando buscando esas pequeñas zorras para matarlas y doy fe que literalmente debes morir a ti, tomar la cruz y seguir a Cristo.
He pedido a Dios en oración que no te conformes a la vida que llevas, todos tenemos errores, pero también Cristo nos ha hecho victoriosos, venció a la muerte y ahora está sentado a la derecha de Dios Padre esperando que sus enemigos sean puestos delante de sus pies. (Salmos 110.1)
¿No crees que sea tiempo de hacer un auto examen y cambiar nuestra manera de vivir? ¿De entregar esas pequeñas cosas que nos llevaran a destrucción? ¡Que dicha será ese día que nuestra oración sea como la del salmo 101! Debemos ser concientes que el propósito de nuestras vidas es hacer que Cristo sea el centro, y doblegar nuestra carne corrupta, negándonos a nosotros mismos para que Cristo sea el Señor.
El Señor dijo así: El cielo es mi trono, y la tierra estrado de mis pies; ¿dónde está la casa que me habréis de edificar, y dónde el lugar de mi reposo?
Mi mano hizo todas estas cosas, y así todas estas cosas fueron, dice Jehová; pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra.
Isaías 66.1-2
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