Una promesa para recordar

El hombre había caminado por kilómetros de desierto junto a la muchedumbre la cual dirigía. No era una de esas caravanas de mercaderes beduinos que usualmente se ven en los desiertos de oriente, esta era totalmente distinta; pues tras los curtidos rostros maltratados por el sol una sonrisa de gozo se dibujaba en cada uno de ellos. El anciano comandaba el tropel, seguido de sus amigos y siervos más cercanos. Tras ellos una milicia de hombres que habían demostrado su coraje cual león defendiendo a sus crías, armados con espadas, arcos y jabalinas.
Un pueblo recién liberado los seguía de cerca, entre ellos su sobrino, quien hacía un par de días había sido capturado por Quedorlaomer rey de Elam y llevado cautivo cerca de las regiones babilónicas. Fue Abram, quien con la ayuda de Aner, Escol y Mamré sus aliados liberaron al pueblo cautivo en las regiones de Sodoma (aún no había hecho Dios descender fuego sobre ella).
Un pueblo liberado de un cautiverio no viene cabizbajo, sino que viene gozoso y sin mencionar el jugoso botín que traían de plata, oro, especias, ganado y objetos valiosos. Numerosas personas se le acercaban al anciano Abram y a sus aliados para ofrecerles su gratitud, mientras juntos caminaban a la tierra de Canaán.
Fue hasta que llegó a sus tiendas en Hebrón, junto al roble de Manré y hasta que Sarai su esposa se durmió profundamente que comenzó a entristecerse en gran manera. Quiso recorrer el campamento a solas, y en el frío de la noche pudo notar que la batalla anterior había dejado un par de lesiones en su cuerpo; eran raspaduras y golpes leves, pero molestas. Eso lo hizo pensar en todo lo que había vivido y que Dios había sido bueno con El, pero ¿de que servía todo ello si no tenía a quien heredarle todas esas experiencias? ¿Para que las riquezas si su muerte se aproximaba? ¿Servirían de algo? Iban a ser sus siervos los que las disfrutarían mientras el estaría solo en una tumba. Era casi seguro que entre ellos hablaban frotándose las manos para repartir la herencia cuando el anciano muriera. ¿Quién se haría cargo de Sarai si él moría primero? ¿La tratarían con benevolencia?
Un par de lágrimas recorrían sus mejillas y al sentir el fuerte frío de la noche en sus huesos decidió entrar nuevamente a la tienda. Esa noche y el día siguiente iba a ser en particular inolvidable para Abram. Estaba comenzando a quedarse dormido cuando Dios le habló por sueños:

No temas Abram, porque yo soy tu escudo y tu recompensa será sobremanera grande.

Aún en sueños Abram pudo dialogar y tratar de razonar con el Creador. No anduvo con rodeos y abrió su corazón delante del Señor:

Oh Soberano Señor; ¿de que sirven todas tus bendiciones si ni siquiera tengo un hijo? Ya que tu no me has dado hijos, Eliezer de Damasco, un siervo de los de mi casa heredará todas las riquezas. Tú no me has dado descendientes propios, así que uno de mis siervos será mi heredero.

Dios guardó silencio en el sueño de Abram por un momento, y dijo:

No, tu siervo no será tu heredero, porque tendrás un hijo propio que será tu heredero.

Lastimosamente Abram estaba tan sentido en su corazón que las palabras del Eterno no tocaron su corazón. Dios sabía eso y quiso darle una práctica lección a su amigo. Cariñosamente lo llevó el Eterno fuera de la tienda. Ni siquiera noto que Sara dormitaba profundamente cuando todo eso ocurría. Abram nunca supo si en realidad estaba soñando o estaba despierto cuando salió de la tienda donde dormía, lo que si sabía con certeza es que lo que estaba viviendo era real.


La noche en la que Dios habló con Abram fue una de las noches más bellas de todas. Estoy segurísimo como escritor que Dios en ese momento desplegó toda la majestuosidad del firmamento delante del patriarca, eran millones de estrellas que cubrían el manto negro de la noche algo que ningún ojo había visto antes.
El asombro de Abram únicamente fue interrumpido por la voz de Dios:

-Mira los cielos, y si puedes, cuenta las estrellas. ¡Ese es el número de descendientes que tendrás.

Al ver el anciano tal número de estrellas; su corazón se confortó y se alegró tanto que le creyó a Dios y el Señor lo consideró justo debido a su fe.

En lo personal me identifico mucho con el sentir de Abram en ese momento. Experimentas las bendiciones de Dios en tu vida, no tienes de que quejarte, pues ha sido bueno contigo, con tu familia y con tu entorno. Sin embargo hay una petición especial que para ser sincero desconozco las razones Dios no la contesta. ¿Es malo el Creador al no contestarla? En absoluto.
Abram creyó por fe en su Dios, no fue una confianza a una verdad intelectual sino que se aferró a la palabra que Dios le dio sobre algo humanamente irrealizable e imposible, pues ni el ni Sarai podían concebir debido a su edad.
¿A que sueño has renunciado porque piensas que ya se pasó el tiempo de realizarlo? A mi me pasa muy a menudo que no deseo que se toque ni el tema de ese sueño porque hasta el sol de hoy no lo veo realizado, no humanamente, pero si en fe.
Si tú te unes a mi club de “soñadores en espera” y también al igual que yo te sientes muy identificado con lo que escribo permíteme decirte algo:

Dios cumplirá sus promesas, no porque nosotros seamos el centro, sino porque lo que el Creador ha prometido lo cumple por amor a sí mismo. Si tu sueño está centrado en la Voluntad de Cristo estoy convencido que tú al igual que yo veremos esas promesas que vienen a nuestras vidas.

Pues yo se los planes que tengo para ustedes – dice el Señor – Son planes para lo bueno y no para lo malo, para darles un futuro y una esperanza. Jeremías 29.11

Posiblemente la petición que tienes no se cumpla como tu la esperabas, recuerda el Dios es El y no tu, pero debemos descansar en sus brazos y saber que cualquiera que sea nuestro fin, son planes de bondad y esperanza, Dios tiene el control porque El es bueno.

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