En busca de la Integridad
Era casi medianoche cuando el timbre del teléfono irrumpió la quietud de la soledad. Para Ernesto Villanueva, pastor de la iglesia de las Asambleas de Dios no era algo de extrañarle. Frecuentemente recibía llamadas de su congregación, pidiendo consejería sobre algún problema en sus vidas, opinión sobre como criar a hijos descarriados o la confirmación de su asistencia a un velorio, pues alguno de la congregación (o algún familiar de este) ha fallecido.
Esta vez el pastor Ernesto no acertó a ninguno de sus pronósticos. La llamada era de su amigo y también pastor Luis Fernando, con quien estudió y se graduó hacía años del seminario de Teología. Aunque la amistad de ambos era sincera sus ocupaciones ministeriales muchas veces impedían que estos pasaran tiempos juntos.
La llamada esta vez era para hacerle una informal, pero verdadera invitación a una campaña evangelística a realizarse en la ciudad donde Luis Fernando pastoreaba. Ernesto estaba encantado de poder asistir, pero había un problema: hacía seis meses que renunció a su trabajo para dedicarse de lleno a la obra de Dios, su economía era el milagro de cada mes para poder cancelar los servicios básicos de su casa, las necesidades de su esposa y la alimentación de los dos pequeños que Dios le había dado. Nunca realmente se preguntó ¿Cómo era que el dinero alcanzaba? Pues cada vez que esa idea cruzaba por su mente inmediatamente reflexionaba que Dios era fiel y proveedor.
Salir de la ciudad hacia la iglesia de Luis Fernando significaba gastar en viáticos el poco dinero que su congregación daba para el sustento de su familia. Aún así iba gustoso y con reverencia y temor preparó el bosquejo para la predicación de la campaña evangelística.
Por motivos económicos fue solo, su esposa lo entendió perfectamente quedándose ella en casa cuidando de sus retoños. El viaje de cinco horas en el autobús sirvió para pulir detalles de su predicación, meditar en su vida y por supuesto; conversar con Dios. Hacía ocho años que no miraba a su amigo cara a cara, por lo que el abrazo a su llegada fue muy fuerte y la alegría extrema de ambos colegas.
Ernesto debía predicar el primer día, inaugurando la campaña. Curiosamente a pesar que era un evento plenamente evangelístico Dios le había dado un tema sobre honradez e integridad. En diez años como pastor y pese a que era relativamente joven a sus treinta y cinco años había aprendido a discernir la voz de Dios y separarla de sus pensamientos humanos, lo que le había ayudado mucho a madurar espiritualmente, reflejando lo aprendido en los sermones que predicaba.
La noche era estrellada y fresca en la ciudad, el sermón acerca de la honradez se predicó al aire libre en la plaza sin dificultad alguna, salvo que el evento en sí comenzó con veinticinco minutos de atraso (no me pregunten, así pasa siempre). Ernesto, iluminado por el Espíritu Santo expuso la importancia de ser íntegros hacia los demás, de ser una generación distinta y honrada, modelando a Cristo en todas las acciones que hacemos. Se sintió muy a gusto en los cincuenta minutos que predicó.
Durmió en un hotel de tercera, sobre una cama que rechinaba y fue imposible el no pensar nuevamente en su economía. Una parte de él lamentaba su condición; el vivir al día en un desierto económico donde no se tenía la certidumbre de pagar las cuentas pendientes del mes y tener esa seguridad de un empleo estable que las demás familias tienen. Constantemente tenía sueños de si mismo caminando en un piso inestable, lodo cenagoso o pantanos; buscando refugiarse en su fe.
Salmos 69 se había convertido en más que una oración para el, pues las tribulaciones habían llevado a que Ernesto lo aprendiera de memoria, lo que conlleva a su otra parte la cual se consolaba en las memorias del pasado. En esos seis meses en los que tuvo el coraje y la obediencia de dedicarse a la obra; Dios le había mostrado con prodigios que vivir por medio de la fe no era cosa fácil ni de cobardes.
Ernesto Villanueva se levantó muy temprano por la mañana, antes que el sol saliera y como tenía por costumbre leyó la Biblia ; posteriormente oró por su familia y por sus ovejas. Apenas había salido el sol cuando salio del hotel donde se hospedaba camino a la Terminal de autobuses. Iba pensando en su esposa Amanda y el poder compartir tiempo con sus pequeños Samuel y Jeremías, pues aunque solo se había ausentado de casa un día para el parecían diez años. Pagó su pasaje de autobús añorando estar ya en el calor de su hogar y se sentó en los últimos asientos del colectivo.
Fue hasta que se acomodó en su asiento y que iba a guardar el cambio del pasaje en el bolsillo de su pantalón que notó con sorpresa que el chofer del autobús había cometido un error. Por equivocación en el cambio iba un billete de cinco dólares entre los de un dólar. Ernesto apretó los billetes entre su mano, pues tenía reacciones encontradas. Por una parte sabía que necesitaba ese dinero, que el cambio de más serviría para comprar víveres u otra emergencia menor. Y por otra sentía la responsabilidad de ir donde ese hombre y hacerle ver el error que cometió.
Las gotas de sudor eran frías, pues lo que para cualquiera hubiese sido una decisión fácil, para Ernesto era vital. En ese momento pesaba su papel como pastor, aunque bien sabía que estaba en un pueblo ajeno y que nadie le conocía. ¿Qué hacer? ¿Robarse el cambio? Miró hacia la ventana y en el reflejo de esta pudo ver su Biblia sobre sus piernas, una pequeña hoja de papel sobresalía de esta con la palabra HONESTIDAD. Esa fue la señal que Dios estaba hablando a su vida, así que tomo la determinación caminando hacia la dirección del chofer.
- Señor, buenos días. Disculpe creo que cometió un error
- ¿Un error?
- Si. Al pagar mi pasaje usted me entregó un billete de cinco dólares por equivocación de mi cambio.
- Lo hice a propósito pastor
- ¿disculpe?
- Anoche, después de terminar el último viaje camino a mi casa, lo vi predicando acerca de la Honradez e Integridad. No tenía muchas ganas de llegar aún a mi casa; así que sentándome en una banqueta le escuché atentamente. Dios habló mucho a mi vida y durante la noche reflexione en mi cama si personas como usted realmente íntegras. Dios acaba de aclarar mis dudas, pues observaba su reacción por el espejo retrovisor y vi que realmente usted es un cristiano verdadero.
Debo reconocer que cuando leí esto por primera vez me dejó con una expresión de sorpresa. Muchas veces somos probados con esas “cosas insignificantes” que sabemos que no perjudicarían nuestro entorno, pero delante de Dios no pasan por alto.
Nuestro testimonio en el diario vivir es importantísimo pues es allí donde reflejamos y modelamos la vida de Cristo y los demás, aunque no lo podamos apreciar nos observan atentamente.
Por lo tanto, ya que estamos rodeados por una enorme multitud de testigos de la vida de fe, quitémonos todo peso que nos impida correr, especialmente del pecado que tan fácilmente nos hace tropezar. Y corramos con perseverancia la carrera que Dios nos ha puesto por delante. Esto lo hacemos al fijar la mirada en Jesús, el campeón que inicia y perfecciona nuestra fe.
Hebreos 12.1-2
¿Cuántas veces reprobamos dichas pruebas? Pisoteamos el nombre de Cristo con nuestras malas obras, nos dejamos conducir por nuestra naturaleza pecadora y hacemos a un lado lo que a Dios le agrada.
El mundo ha dejado de creer en las personas cristianas, y me duele admitir que tienen razones para hacerlo. Nos apartamos de vivir con pasión por Jesús y aun así nos llenamos la boca diciendo que somos creyentes. En las cárceles hay más hijos de Dios que hijos del mundo, la taza de divorcios es mayor entre personas cristianas que matrimonios seculares ¿Por qué? Porque no ponemos la vista en las cosas de arriba, porque nos importa un pepino lo que la Palabra de Dios nos diga a nuestra vida, sabiendo que obedeciendo a esta los años de vida y la paz se nos aumentaran.
En lugar de llenarnos la boca diciendo que somos creyentes ¿Por qué no nos preocupamos de una vez de dar frutos buenos? ¿Por qué no dejamos que sean nuestras propias obras buenas las que hablen y sean testigos que verdaderamente somos cristianos?
Cuando reflexione sobre ello iba en el bus camino a mi trabajo… descuida, esta vez no se subió ningún indigente a darme una lección, pero cuando hablaba con Dios le dije que no quiero ser de aquellos que hablan, sino de los que actúan, de los que obedecen y de los que a diario mueren a sí mismos para vivir para Jesús.
De la misma manera, dejen que sus buenas acciones brillen a la vista de todos, para que todos alaben al Padre celestial.
Mateo 5.16
No hables… actúa
¿Aceptas el reto?
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