Jodidamente Infelices

A pesar de haber dormido en un horario normal me sentía muy cansado. En el espejo retrovisor del bus pude ver como las ojeras se marcaban en mi ser, reflejando el stress de una semana muy atareada en el trabajo. Me levanté sin ganas ese día, odiando los finales de mes y los inicios de uno nuevo (mis colegas y compañeros me comprenderán). La presión era tanta que incluso la luz de un sol de las ocho de la mañana me molestaba. No me mal interpretes, no suelo ser así. Generalmente trato de ignorar las cosas que me molestan o muchas veces ver el lado positivo de todo, pero esa semana sencillamente me había cansado la rutina. Me fastidiaba hacer las mismas cosas a diario, saludar de la misma manera, comer las mismas cosas en el almuerzo; más bien lucia como un robot programado para hacer todo idénticamente al día anterior.
Estoy más que seguro que esa mañana en especial Dios estaba observando mi actitud y había preparado una gran lección para su servidor. El plan que Dios tenía no iba bajo un estándar o norma específica en la Biblia, no sería una zarza ardiente, ni se abrirían los cielos, ni una visión; mucho menos sueños. Dios Padre, quien fue muy creativo esa mañana utilizó a un simple indigente para hablarle a este amargado burro quien ahora te escribe.
Trataba de dormir un poco más en los cuarenta minutos de viaje entre mi casa y mi trabajo. La voz de ese pobre me despertó lo que terminó por alterarme. Usó el mismo discurso que todo desprovisto que llega a los buses utiliza, como si fuese universal en todos los países de América Latina

“Tengan muy buenos días personas que abordan esta unidad móvil… doy gracias al motorista por darme la oportunidad…. Prefiero pedir y no robar…”

Debo reconocer que había algo en este hombre que era distinto. Su rostro reflejaba alegría, sus ojos eran lúcidos (no se que significa eso realmente, pero se lee bonito). Mientras con su mano derecha sostenía la barra del bus para no perder el equilibrio, su otra mano soportaba una pequeña bolsa de dulces. Este hombre si bien padecía necesidad venía más a dar que a pedir.
Después del “protocolo de bienvenida” el hombre declamó un poema. Por defecto tengo mente de teflón; lo que me impide recordar el verso, pero si bien tengo memoria era agradeciendo a Dios por la vida, la salud y su alegría.
Comenzó a contar sus necesidades, disculpándose delante de los que nos encontrábamos presentes por su condición, sus olores (un indigente no huele exactamente a rosas), y por haber cometido tantos errores en la vida. “Tomé malas decisiones que me llevaron a esto” repetía constantemente una y otra vez. No tenía trabajo, ni lugar donde pasar la noche, ni una tortilla para comer; dependía exclusivamente de nuestra caridad y nuestra bondad. Insisto, lucía feliz a pesar de su condición.
Todo el mundo se conmovió, menos yo. La espalda me dolía igual, lo criticaba de pies a cabeza porque me parecía molesto y su voz hacía que mi stress aumentara con los minutos.
Después de contarnos su situación económica, lo cual no me emocionó en lo absoluto; comenzó a pasar por cada uno de los asientos del bus. A cada persona le iba dejando un caramelo, repartiéndolo entre cada uno de nosotros. Volviendo al frente retomó la palabra y dijo:

“De mi corazón quiero darles este pequeño obsequio. Si usted quiere remunerarme el regalo dándome una moneda por el, pues la necesito, lo voy a agradecer sinceramente. Si no tiene ninguna moneda considere este pequeño dulce como un agradecimiento de mi parte por compartir con personas tan maravillosas como lo son ustedes. Pero voy a pedirte un favor esta mañana. Si no tienes una moneda, con todo mi corazón te pido que me regales una sonrisa; si no puedes darme ni siquiera una sonrisa… con todo respeto que mereces lo digo: Tu estás más jodido que yo”


Debo reconocer que la última frase me arrancó una carcajada, pero después que ese hombre bajó del bus comencé a reflexionar. Teniendo un trabajo estable, salud, un lugar donde dormir, comida que comer y la certeza de ser un hijo de Dios, estaba más jodido que ese indigente.

La Biblia nos dice que Dios es un Dios feliz. Deuteronomio 32.43 lo declara de esa manera:

Alégrense con El, oh cielos y que lo adoren todos los ángeles de Dios

Esa frase “con Él” da como señal que Dios estaba alegrándose de la misma manera también. El deseo del Creador es que igualmente sus hijos sean llenos de gozo. Estoy de acuerdo contigo, la vida no es color de rosa y el hecho de ser conocidos por Dios no nos deja exentos a los problemas. 

En cambio, alégrense mucho, porque estas pruebas los hacen ser partícipes con Cristo de su sufrimiento, para que tengan la inmensa alegría de ver su gloria cuando sea revelada a todo el mundo

1 Pedro 4.13

El propósito de las pruebas es para demostrar la soberanía de Cristo sobre todo lo que te rodea. Nadie puede decir que Dios es sanador si no padeció antes una enfermedad, ni que es un Dios que provee si no padeció antes necesidad.

Pero ahora, oh Jacob, escucha al Señor quien te creó. Oh Israel, el que te formó dice:

No tengas miedo, porque he pagado tu rescate; te he llamado por tu nombre; eres mío. Cuando pases por aguas profundas, yo estaré contigo. Cuando pases por ríos de dificultad, no te ahogarás. Cuando pases por el fuego de la opresión, no te quemarás; las llamas no te consumirán.
Pues yo soy el Señor, tu Dios, el Santo de Israel, tu Salvador. Yo di a Egipto como rescate por tu libertad. En tu lugar di a Etiopía y a Seba. Entregué a otros a cambio de ti. Cambié la vida de ellos por la tuya, porque eres muy precioso para mí. Recibes honra y yo te amo.

Isaías 43.1-4

Después de leer tan poderoso texto sinceramente respóndeme algo ¿hay razones para vivir amargadamente? ¡En absoluto! Jesús desea que no nos afanemos por nada en este mundo, que nos preocupemos únicamente por el reino de Dios y su justicia pues todo lo demás vendrá por añadidura.

Regocíjense por su santo nombre; alégrense ustedes, los que adoran al Señor. Busquen al Señor y su fuerza, búsquenlo continuamente
1 Crónicas 16.10-11

Entonces ¿Por qué vivimos vidas amargadas? Sencillo. No buscamos continuamente al Dios que nos llena de gozo. Si tu desprendes una rama de un árbol puede ser que en las primeras horas no notes la diferencia y luzca igual que las otras ramas, pero con el paso del tiempo verás como cada vez se va marchitando, secando hasta que no sirve más para nada sino para ser quemada.
Jesús dijo:

Permanezcan en mí, y yo permaneceré en ustedes. Pues una rama no puede producir fruto si la cortan de la vid, y ustedes tampoco pueden ser fructíferos a menos que permanezcan en mí.
Ciertamente yo soy la vid; ustedes son las ramas. Los que permanecen en mí y yo en ellos producirán mucho fruto porque, separados de mí, no pueden hacer nada

Juan 15.4-5

El propósito de estas líneas es para que hagas una reflexión en tu vida ¿falta algo en ella? ¿Eres feliz tal como estás? ¿Vives conforme con las cosas que tienes, tu estado de ánimo o siempre estas anhelando más?
Si en tu vida tienes esa sensación de inconformidad, de vacío, de infelicidad y falta de gozo; con toda autoridad te digo que lo que te falta a ti es a Cristo.
No voy a mentirte. Hay momentos donde el desánimo llega a nuestra vida, en los cuales parece que estamos totalmente solos; digo “parece” porque conforme maduramos espiritualmente sabemos que Dios esta allí independientemente lo sintamos o no. Nunca se alejó de nosotros, nunca dejó de amarnos y si le sentimos lejano es por el simple hecho que NOSOTROS no le buscamos.

La distancia entre Jesús y tú es una simple oración.
  


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