La obediencia: Un sacrificio vivo
Ángel sabía que debía librar una batalla enorme contra la leucemia. A sus cortos nueve años su vida había cambiado drásticamente desde que la enfermedad fue descubierta y la cura para esta era más tediosa que la misma enfermedad. Las sesiones de quimioterapia literalmente descomponían su organismo y constantemente se sentía enfermo. Pudo ver como su cabello castaño y lacio se caía por mechones hasta quedar completamente calvo y en el transcurso de cuatro meses internado en el hospital de niños, su cuerpo regordete y rosado era cosa del recuerdo, pues cada vez que se miraba al espejo veía en su reflejo un escuálido y delgado chaval.
Aún así Ángel valoraba cada minuto de su vida. Salvo por las quimioterapias que le desagradaban; (a quien no), siempre cada mañana que era examinado, una sonrisa inocente que solo un niño puede dar sorprendía a las enfermeras y al cuerpo médico de turno.
Su memoria era vivaz, en pocos días logró memorizar los nombres de las enfermeras y horarios tanto diurnos como nocturnos de los diversos doctores que chequeaban su salud. Al cabo de dos meses internado su salud comenzó a mejorar. Constantemente en días soleados se le permitía dar un paseo por el jardín del hospital y por la sala de juegos. Una de esas mañanas soleadas de Junio; el niño y su enfermera daban un paseo por el jardín cuando algo le hizo reflexionar. En una esquina del jardín se encontraba el doctor Rodríguez con otros médicos formando un círculo y conversando entre ellos. Le desagrado mucho ver a su amigo sosteniendo una colilla de cigarro en su mano y frecuentemente aspirando bocanadas de humo hacia el aire.
César Rodríguez, médico oncólogo sintió el suave tirón en su bata blanca. Se encontraba relajándose después de un largo horario nocturno y llevaba más de veinticuatro horas en el hospital infantil. Estaban por jugarle la broma a un compañero suyo, y riéndose de la travesura que harían juntos cuando fue el pequeño Ángel quien interrumpió la conversación de todos los galenos. El doctor Rodríguez conocía de sobra a Angelito pues en tan pocos meses había un lazo de amistad entre ambos. Cuando Ángel tiró de su bata, este agachándose hasta colocarse a la altura de su rostro le miró y le dijo.
- Hola campeón ¿Qué se te ofrece mi amiguito?
- Doctor Rodríguez tengo que hablar con usted
- A ver… soy todo oídos
- Es que debe ser a solas
César y Ángel buscaron una sombra donde poder conversar. La amistad de ambos era sincera y una de las cosas que asombraban al mayor era la inmensa madurez que este niño tenía a sus cortos nueve años.
- Doctor Rodríguez ¿usted me considera su amigo?
- Por supuesto Ángel, me extraña que tu me digas eso
- Le digo esto porque yo si le considero el mejor de mis mejores amigos
- Muchas gracias pequeño
- Quiero hacerle una pregunta ¿usted esta tan enamorado de la vida como lo estoy yo?
Al galeno le sorprendió lo perfectamente argumentada que esa pregunta estaba. Miró fijamente al pequeño buscando una respuesta en sus ojos y vio la inocencia y la transparencia de esa pregunta. Posteriormente su mirada se perdió en la fuente del jardín donde a temprana hora de la mañana un par de tórtolas tomaban un baño y tras una breve reflexión le respondió:
- Tengo treinta y cinco años. Amo la vida tanto como tú
- No le creo Doctor
- ¿No? ¿Por qué?
- Hace un par de años, cuando todavía iba al colegio aprendí que el cigarrillo es malo para la salud, me extraña que siendo doctor usted no lo sepa, entonces pensé que la única razón para que usted tenga ese vicio es porque no ama su vida y eso me entristece. Yo lucho por vivir a diario, y usted desprecia ese regalo que Dios le dio muriendo un poco día tras día.
El doctor César Rodríguez sabía cual era el camino que le daría salud pero sencillamente optó por el que lentamente lo llevaría a la destrucción. Muy parecido a lo que el mundo cristiano vive.
Aunque literalmente la palabra “Libre Albedrío” no está en la Biblia su significado está por todas partes. En Génesis 4.7 Dios dijo: “Serás aceptado si haces lo correcto, pero si te niegas a hacer lo correcto entonces ¡ten cuidado! El pecado esta a la puerta, al acecho y ansioso por controlarte, pero tu debes dominarlo y ser su amo” Muchos hemos llegado a creer en un Dios que simplemente impone sus reglas y por obligación debemos cumplirlas, pero en realidad sus estatutos no son gravosos. La Biblia nos dice que nadie es bueno sino Dios (Lucas 18.19) por ende los estatutos y mandamientos que establece son para nuestro bien, para que vivamos una vida sana y próspera. Como sus hijos Él nos hace una invitación a obedecer
“Hijo mío nunca olvides las cosas que te he enseñado; guarda mis mandamientos en tu corazón. Si así lo haces, vivirás muchos años y tu vida te dará satisfacción” Proverbios 3.1-2
A lo largo de nuestra vida hemos querido agradar a Dios de una u otra manera, pero la mejor manera de agradar a Dios es a través de la obediencia. En el primer libro de Samuel su Palabra nos dice
¿Qué es lo que más le agrada al Señor; tus ofrendas quemadas y sacrificios o que obedezcas su voz? ¡Escucha! La obediencia es mejor que el sacrificio, y la sumisión es mejor que obedecer la grasa de carneros; la rebelión es tan pecaminosa como la hechicería y la terquedad tan mala como rendir culto a ídolos. Así que por cuanto has rechazado el mandato del Señor, el te ha rechazado como rey” 1 Samuel 15.22
Si en un vaso tú viertes jugo de naranja y en otro mitad jugo y mitad agua; puede que a simple vista tu no puedas notar la diferencia cuál de los dos es el líquido adulterado, pero saboreando cada uno de los vasos puedes sentirlo aun con ojos cerrados. Actualmente hay cristianos así. A simple vista parecen piadosos, visten como hijos de Dios, saben un par de textos bíblicos, incluso pueden haber algunos que hasta diezmen y ofrenden, pero al acercarte a ellos y convivir un poco tu te das cuenta que realmente están adulterados.
“No solo escuchen la palabra de Dios, tienen que ponerla en práctica. De lo contrario solamente se engañan a sí mismos” Santiago 1.22
¿Cuántas personas habremos que creemos que agradamos a Dios pero solamente vivimos engañándonos? Para vivir una vida de obediencia y sumisión sencillamente debes aborrecerte a ti mismo, tus sueños, tus placeres ya no cuentan (Lucas 14.26-27) Morir a mi persona y depender de Dios es el precio de ser un discípulo.
Hace un par de semanas, alrededor de las once de la noche mi alma se encontraba muy turbada. Las cosas no habían salido como lo esperaba, literalmente había perdido una batalla porque me encontraba luchando en contra de Dios (humildemente acepto mi error) y cuando me puso entre la espada y la pared como era de esperarse intenté cual niño pequeño llorar y hacer un berrinche (Si… los hombres de treinta también solemos llorar) iba a comenzar mi rabieta cuando inmediatamente pude sentir la voz de Dios hablando a mi vida, son esos pensamientos que asaltan tu mente y literalmente dan una bofetada que sacude todo tu ser:
“Puedes pasar toda la noche llorando si quieres Julio, pero tus lágrimas no me van a conmover, es más, mientras más tú llores menos estas demostrando que soy Señor en tu vida”
Obedecer no es nada fácil la verdad. En más de una ocasión deberás escoger entre hacer lo que tú deseas o hacer lo que Dios ordena. Así de sencillo, Dios es Dios y punto. Si ya pasaste por esa asignatura sabes de lo que estoy escribiendo, si aún no la has cursado llegará el momento y debes saber que cuando escojas a Cristo siguiéndole en obediencia y anteponiendo tus placeres habrás madurado y crecido como hijo de Dios
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