El Perfecto Sacrificio

Dios Todopoderoso siempre ha sido muy específico respecto a sus ordenanzas. El libro de Levítico es un ejemplo de ello, fue escrito directamente a la tribu de Leví (de allí deriva su nombre) quienes habían sido escogidos por Dios para estar delante de Él y servirle como sacerdotes. Dicho libro muestra en forma detallada los distintos tipos de sacrificios y ofrendas que debía efectuar el pueblo de Israel así como la función de los sacerdotes, sus obligaciones y derechos.
Para muchos de nosotros el libro de Levítico puede parecer “grotesco” hasta cierto punto, pues la mayor parte de este trata sobre los sacrificios; pero hace un par de días Dios me mostró algo muy interesante en este, si bien lo había leído con anterioridad debo admitir que la Biblia siempre tiene cosas nuevas que mostrarme porque es la Palabra viviente de Dios.
Para explicártelo debemos usar nuestra imaginación y transportarnos a la época en que el libro fue escrito. Israel, un pueblo que había sido esclavo de los egipcios por cuatrocientos treinta años recién había sido liberado con mano poderosa por Dios. Moisés su caudillo, era quien guiaba al pueblo a través del desierto, en la península del Sinaí y fue en el monte Horeb (o al menos así se piensa) cuando Dios dicto todas las ordenanzas y lo que hoy conocemos como Pentateuco fue escrito por Moisés y dictado por Dios.
Israel conocía al Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob gracias a las tradiciones orales, pero era un pueblo que realmente ignoraba como debían de efectuarse los sacrificios delante de este, o los animales que debían usarse para ello; debido a esa necesidad de conocer fue iniciativa de Dios que el libro del Levítico fuera escrito.
Un hombre que hubiese pecado voluntaria o involuntariamente delante de Dios, necesitaba expiar su pecado si quería seguir viviendo. Así de tajante era la ley de los sacrificios pues la paga por el pecado irremediablemente era la muerte del pecador.
Si el trasgresor de la ley no quería morir debía sustituir su vida por la de un inocente animalito el cual servía como expiación, dicho en otras palabras este animalito (generalmente un cordero) era quien aplacaba la ira de Dios sobre nosotros.
Siempre había creído que la congregación simplemente llevaba el animal donde el sacerdote para que este lo sacrificara por los pecados del pueblo, pero leyendo entre líneas los primeros capítulos del libro de Levítico me doy cuenta que no era así. Pon atención a estos textos:

“La persona que lo lleve deberá poner las manos sobre la cabeza del animal, con lo que este se convertirá en un sustituto. La muerte del animal será aceptada por el Señor, en lugar de quien lo ofrece como castigo por sus pecados. El hombre dará muerte al animal allí, delante del Señor, y los hijos de Aarón, los sacerdotes, presentarán la sangre delante del Señor y la rociarán alrededor del altar, a la entrada del santuario”
Levítico 1.4-5

“El hombre que lo presente lo matará delante del Señor en el lado norte del altar, y los hijos de Aarón, los sacerdotes, rociarán la sangre alrededor del altar”
Levítico 1.11

“El hombre que presenta la ofrenda pondrá la mano sobre la cabeza del animal, y lo matará a la entrada del santuario. Entonces los hijos de Aarón rociarán la sangre a los lados del altar”
Levítico 3.2




La misma historia se repite en Levítico 3.7-8, 3.13, 4.14. Había un patrón común a seguir: quien cometía un pecado debía llevar el animal que debía ser sacrificado, poner su mano sobre la cabeza del animal y allí mismo matarlo delante de Dios.
Tenía la idea errada de que eran los hijos de Aarón los que degollaban al animal, pero Dios me mostró lo contrario. ¿Por qué debía hacerse tan desagradable ritual? Por tres cosas en específico:

  1. Dios quería enseñar al pueblo la seriedad de pecar so pena de muerte para quien cometa pecado
  2. Quería que estos tuviesen un sentimiento de culpa y remordimiento por saber que un animalito inocente moriría por culpa de los errores de ellos.
  3. El sacrificio en sí, y los rituales posteriores como despedazar al animal, la quema de la grosura y su estiércol eran repugnantes a la vista y al olfato de quienes lo apreciaban. El pecado es igualmente repugnante y asqueroso a los ojos de Dios, toma en cuenta que la palabra “abominación” se deriva de “nausea” o “ganas de vomitar”.

Esto era cada vez que una persona cometía un pecado aunque fuera “pequeño” delante de Dios. ¿Te imaginas la cantidad de sacrificios efectuados solamente en un día, tomando en cuenta que aproximadamente fueron dos millones de personas las que salieron de Egipto sin contar a sus mujeres y sus hijos? ¡Imagina el agotador trabajo de los levitas al estar rociando la sangre de los sacrificios sobre el altar!
El ritual de los sacrificios era tan delicado para quienes lo efectuaban que si lo realizaban mal estas personas debían morir. Prueba de ellos fueron Nadab y Abiú, hijos de Aarón quienes fueron fulminados por Dios por ofrecer un “fuego extraño” en el lugar santísimo. (Levítico 10)
El pueblo de Israel se acostumbró tanto a estos sacrificios que dejaron de ponerle atención al verdadero significado de estos. Con el tiempo siguieron con su antigua vida de pecado y lujuria, sacrificando animales a diestra y siniestra. La corrupción incluso llegó hasta los mismos sacerdotes, Ofni y Finees, hijos de Elí son el reflejo de dicha corrupción. Dios se cansó de toda esta hipocresía manifestándolo a través del profeta Isaías:

“Escuchen, jefes de Israel, hombres de Sodoma y Gomorra, como ahora los llamo. ¡Escuchen al Señor! ¡Escuchen lo que les dice! Sus sacrificios me tienen harto, no me los traigan más. No quiero sus carneros engordados, no quiero ver la sangre de sus ofrendas. ¿Cómo he de querer los sacrificios de ustedes, si ni siquiera son capaces de sentir dolor por sus pecados? El incienso que me traen hiede en mis narices. Sus santas celebraciones de la luna nueva y día de reposo, y sus días de ayuno especial – aun sus más santas celebraciones - ¡Todo es un fraude! No quiero nada más con ellos. Los detesto a todos, no puedo verlos ni pintados. De ahora en adelante, cuando oren con las manos levantadas al cielo, no miraré ni escucharé. Por más oraciones que hagan no los escucharé, porque sus manos son manos de asesinos, están manchadas con la sangre de víctimas inocentes”
Isaías 1.10-15

Es una realidad, el pecado crea una barrera de enemistad entre Dios y nosotros. Irónicamente también algunos de nosotros nos hemos amoldado a una vida de pecado, no importándonos ni doliéndonos en nuestro interior por ello. Estamos poco a poco acumulando ira para cuando Dios juzgue todas esas cosas si no nos arrepentimos antes.
Dios junto con el problema que tenía el pueblo de Israel también dio una solución. El pacto que había hecho con el pueblo en el desierto quedaría nulo, ofreciendo una nueva alianza con su pueblo:

“Llegará el día, dice el Señor; cuando celebraré un nuevo convenio con el pueblo de Israel y de Judá. No será como el convenio que hice con sus antepasados cuando de la mano los saqué de la tierra de Egipto, convenio que ellos quebrantaron, obligándome a rechazarlos, dice el Señor. Este es el nuevo convenio que voy a celebrar con ellos: Grabaré mis instrucciones en el corazón de ellos, para que tengan la voluntad de honrarme, entonces serán verdaderamente pueblo mío y yo seré su Dios.”
Jeremías 31.31

Juan el Bautista, cuando preparaba la venida de Jesús, predicando y bautizando en el río Jordán dijo estas palabras cuando vio a Jesús:

“¡Aquí viene el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo!” (Juan 1.29)

Dios a través de Jesús haría un solo sacrificio por los pecados de la humanidad. Así como un cordero era sacrificado inocentemente por los pecados del pueblo, Jesús inocente y sin culpa y sin defecto moriría por nosotros; cargando con esa acción los pecados de toda la humanidad, aunque él no tuvo pecado alguno.
En el antiguo testamento absolutamente nadie podía entrar al lugar santísimo donde estaba la mismísima presencia de Dios, salvo el sumo sacerdote el cual entraba solo una vez al año a ofrecer los sacrificios por el pueblo. Con la muerte de Jesús el velo del templo se rasgó en dos de arriba hacia abajo, porque Dios quiso darnos a entender que a través de el sacrificio de su Hijo tenemos libre acceso ante el su trono como lo dice hebreos 4.16. Este libre acceso no depende de nosotros, fue Dios quien por amor a sí mismo nos reconcilió por medio de Jesucristo.
Hay una frase en la Biblia que cuando la comprendí hizo que me quebrantara hasta las lágrimas. Jesús, clavado en la cruz, agonizante cual cordero inmolado en el sacrificio, llevando la culpa del pecado sobre él, y siendo despreciado por toda la humanidad, pero al mismo tiempo siendo aceptado por Dios como un sacrificio dijo: “Consumado es”
Esas dos palabras dieron por sentado que Dios había aceptado el sacrificio por nuestros pecados, trayendo a nuestra vida salvación, redención, santificación, comunión y libertad.
Creo que ese sacrificio es motivo suficiente para levantarnos todos los días agradeciendo la infinita bondad de Dios para con nosotros, quien a pesar de lo pecadores que somos nos mostró su inmenso amor revelándonos a Jesús e invitándonos a moldear la vida de este en nuestras vidas.
Haz un examen interior. ¿Pueden los demás ver a Jesús en ti? Si la respuesta es negativa ¿en que estamos fallando? ¿No es tiempo de soltar aquello que nos estorba, especialmente en pecado que nos asedia? Jesús entregó libertad, dándonos un Espíritu de Poder, amor y dominio propio es tiempo de levantar esas manos caídas y esas rodillas paralizadas y ponernos en pie siendo los hombres y mujeres que Dios desea, viviendo y modelando a Cristo en cada aspecto de nuestras vidas.

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