...Ni la tormenta más fuerte...
El ocaso comenzaba a anunciarse con los últimos rayos de sol. Era una de aquellas tardes que sin lugar a dudas pasarían a memoria. Ellos aunque agotados por todo el trabajo diario en silencio no podían salir del asombro pues sus ojos nunca habían presenciado semejante milagro; pues solamente el Creador de las semillas puede tener la potestad en la tierra de multiplicar los panes.
La muchedumbre paulatinamente comenzó a abandonar el lugar sin dejar de alabar a Dios por esta tarde inolvidable. Poco a poco ese terreno que hacía un par de horas atrás estaba atestado de gente comenzaba a parecer lo que realmente había sido siempre: un desierto. Al horizonte mar de Galilea añadía un toque de tranquilidad al lugar y más allá del mar se dibujaban como un contorno las colinas de Genesaret.
Jesús, con una sonrisa dibujada en su boca observaba a la gente retirarse del lugar y después, convenciendo a sus discípulos hizo que ellos subieran a la barca y se adelantaran hacia la aldea de Genesaret mientras él tomando el camino contrario se dirigió hacia una colina cercana a orar.
Es irónica la verdad como Jesús, siendo el Hijo de Dios, Dios mismo, el segundo en la Trinidad tenía la necesidad de orar a su Padre en privado, no poniendo un ejemplo a sus discípulos, pues nadie le acompañaba en esa noche. Si Jesús oraba, nosotros como sus seguidores no podemos hacer menos que ello. Hay una fuerte necesidad, diría vital, de mantenernos en una relación cercana con Dios a través de la oración. El salmista, hacía años atrás dijo estas palabras:
Mientras me negué a confesar mi pecado, mi cuerpo se consumió y gemía todo el día. Día y noche tu mano de disciplina pesaba sobre mí; mi fuerza se evaporó como agua al calor del verano.
Finalmente te confesé todos mis pecados y ya no intenté ocultar mi culpa. Me dije: “Le confesaré mis rebeliones al SEÑOR” ¡Y tú me perdonaste! Toda mi culpa desapareció.
Por lo tanto, que todos los justos oren a ti, mientras aún haya tiempo, para que no se ahoguen en las desbordantes aguas del juicio.
Salmos 32.3-6
Jesús disfrutaba mucho esos tiempos de oración. Era un verdadero deleite apartarse un poco de todos y convivir con el “Padre de los Espíritus” como dice la carta a los Hebreos. Nunca lo hizo para vanagloriarse, ni jactarse delante de los demás, su lección de humildad más grande fue que aun siendo Dios murió por nosotros. Pasaba horas retirado en las colinas de los alrededores, y personalmente uno de esos momentos de oración que me conmueven es cuando eligió a los doce que le acompañarían en su ministerio, pues la Biblia nos aclara que pasó toda la noche hablando con el Padre y al amanecer escogió a los suyos (Lucas 6.12-13)
Piensa en tus amigos. ¿Por qué razón disfrutamos horas platicando con ellos? Porque los conocemos ¿no? Sabemos lo que ellos piensan, sus gustos, sus tristezas y alegrías e incluso nosotros hemos estado con ellos en esos momentos. Hablar con una persona desconocida es tedioso, porque tienes obligatoriamente esforzarte para abrir un tema de conversación, no sabiendo si será ameno para ella o no.
¿Cuánto tiempo y cuánto disfrutas hablar con tu Padre? Si tu oración no es más que una solicitud de peticiones deberías avergonzarte por ello. Con toda autoridad te falta mucho por conocer de Dios y esto solo se logra con lectura bíblica y oración.
Fue tanto el tiempo que Jesús pasó en oración que el manto de la noche cayó rápidamente sobre los alrededores. En medio del lago de Galilea una pequeña embarcación se debatía contra las inclemencias del tiempo por no hundirse. Dentro de ella doce hombres, y la mayoría de ellos pescadores por oficio luchaban contra los vientos contrarios. Habían pasado alrededor de cinco horas en la misma situación, lo que desconcertaría incluso al más experto marinero. Hacía las tres de la madrugada el cansancio los había vencido, fue por esa misma razón que no conocieron inmediatamente la silueta que se les aproximaba a la embarcación caminando sobre las aguas, el haberlo confundido con un “fantasma” daba a notar que deliraban muchos de ellos ya. Los más fuertes, como Pedro y los hijos de Zebedeo aún se resistían a dejarse llevar por la tempestad, pero no era nada fácil cuando el estado anímico de los demás únicamente esperaba la muerte.
Un grito desesperado fue lanzado por los discípulos de Jesús lo que desató un pánico colectivo en la pequeña embarcación. Inmediatamente la fuerte voz del Salvador aquietó la desesperación:
-¡No tengan miedo! ¡Tengan ánimo! ¡Yo estoy aquí!
La vida como cristiano no es cosa fácil. Al igual que los apóstoles hemos presenciado un milagro que será recordado por vida, y en el transcurso de horas nuestra fe decae temiendo lo peor. Así como esos doce lucharon contra vientos contrarios por mantener a flote su embarcación también en nuestra vida hemos enfrentado vientos contrarios de quien menos lo esperamos.
No voy a escribir aquel sermón ya trillado sobre cuando Pedro caminó sobre las aguas, de eso ya se habló mucho ya en los púlpitos, pero quiero que reflexiones que una de las razones por la que los discípulos temían por su vida es que sentían que estaban batallando SOLOS contra la tempestad.
Si el caminar sobre las aguas es un verdadero milagro la manera en la que Jesús caminaba nos debe llenar de confianza. La Palabra de Dios no nos dice que se le dificultó caminar o que se turbaba por las olas del mar de Galilea. Jesús caminaba tranquilo, apresurándose a llegar junto a sus discípulos pero sin perder nunca el control.
Tienes que saber que no importa lo que estés atravesando en este día, sean problemas económicos, familiares o incluso sentimentales Jesús tiene el control.
Cristo, ayúdanos a recordar siempre que eres Señor de los cielos y de la tierra, que aún las peores tempestades obedecen a tu voz y que absolutamente nada de lo que pase alrededor nuestro podrán separarnos de tu abundante amor y misericordia. Gracias por ser fiel a tus promesas… Amén
Comentarios
Publicar un comentario