Un secreto revelado
La caminata había sido muy larga desde que pisaron tierra firme en el mar de Galilea. El sol estaba en el punto más alto y el calor parecía sofocar de tal manera que ellos jadeaban por el inmenso calor. Contrario a lo que pensaban Jesús no iba a sanar, pues tomando como punto el monte Hermón, al norte del país se dirigió en esa dirección.
Jesús nunca hizo nada al azar; desde la fundación del mundo trazó un plan perfecto para nuestras vidas. Bien lo dijo el sabio rey Salomón en el libro del Eclesiastés “Todo lo que pasa está decidido de antemano; desde antiguo ya se sabía lo que cada ser humano debía de ser” así que Jesús como hijo de Dios y Dios mismo necesitaba revelarles un secreto guardado desde tiempos antiguos en su corazón.
A los pies del monte Hermón se erguía la ciudad de Cesarea de Filipo, fundada por Herodes Filipo hacia el año en honor al César, emperador de Roma. El área donde la ciudad se edificó es preciosísima porque habitan (o habitaban) muchos siervos. Fue en esa región donde el salmista escribió el salmo 42 “Como el siervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti oh Dios el alma mía”
Hacía años atrás el profeta Isaías escribió sobre esa región: “Mas no habrá siempre oscuridad para los que están ahora en angustia, tal como la aflicción que le vino en el tiempo en que livianamente tocaron la primera vez la tierra de Zabulón y a la tierra de Neftalí; pues al fin llenará de gloria el camino del mar de aquel lado del Jordán, en Galilea de los Gentiles.” (Isaías 9.1) Desde tiempos atrás se profetizaba que el Mesías escogido revelaría su propósito en ese lugar. “El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz; los que moraban en tierra de sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos” El profeta se refería a esa región como “tierra de sombra” porque dicho lugar es una zona de volcanes. Cuando Jesús y sus discípulos emprendieron el camino desde el mar de Galilea lo que vieron a lo lejos en Cesarea de Filipo fue una “tierra de sombra” por esa razón la Palabra dice “Los que moraban en tierra de sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos”.`
No solo fue el lugar preciso escogido por Jesús para revelarles el secreto, también fue el momento oportuno. A lo largo de dos años y medio el hijo de David había compartido invaluables momentos junto a ellos. Tantos milagros, risas e incluso llantos, noches en las que hablaban por largas horas, porque a diferencia de lo que creemos Jesús es de corazón alegre, no como lo pintan las películas de hoy. Debido a su omnisciencia Jesús sabía que en seis meses iba a ser traicionado por Judas Iscariote, azotado en el pretorio por los soldados romanos, escupido en el rostro a tal punto que moriría desnudo y humillado derramando TODA su sangre en un sacrificio de amor por la humanidad.
Los discípulos por su parte habían madurado mucho espiritualmente junto a El. Atrás habían quedado aquellos impulsivos que pidieron descendiera fuego del cielo sobre una ciudad por no haberlos recibido con bien, quedó atrás un tosco Pedro quien se atrevió a preguntarle a Jesús ¿Cuántas veces debía perdonar a su hermano? Pues en su mente siete veces le parecían suficientes.
Dos años y medio después ellos salían a los pueblos, de dos en dos pregonando las buenas nuevas de salvación, sanando enfermos y consolando abatidos. Los discípulos estaban listos para digerir esta verdad que Jesús guardó en su corazón desde antes de la fundación del mundo.
Entrando en Cesarea de Filipo Jesús no sanó a los enfermos como ellos esperaban, ni siquiera se dirigieron a la sinagoga del lugar. Se establecieron en la casa de algún piadoso, y el Hijo de Dios tomo aparte a sus discípulos. Ellos acostumbrados a tener una “apretada agenda” y pasar faenas de incluso veinte kilómetros en caminata sabían que no era algo rutinario lo que Jesús hacía. Había ese día en especial un brillo en sus ojos que tampoco pudieron explicar.
- ¿Quién dice la gente que soy yo?
Jesús hacía esta pregunta pues los discípulos proclamaban por doquier la venida del reino y habían escuchado comentarios referentes a Jesús sobre diversos pueblos y aldeas.
- Bueno – le respondieron – algunos dicen que eres Juan el Bautista, otros, que eres Elías, y otros que eres Jeremías o alguno de los profetas.
Había llegado el momento de tirar a quemarropa y hacer la pregunta guardada en su corazón. Lo hizo directo a los doce, esperando que alguno de ellos le contestase, aunque sabemos que de antemano sabía quien le respondería.
- Y ¿Quién creen ustedes que soy yo?
- ¡Tú eres el Cristo, el Mesías, el Hijo del Dios Viviente!
La respuesta vino casi inmediatamente. Una alegría se reflejó en el rostro de Jesús cuando Pedro con voz enérgica proclamo tal verdad. El pescador DECLARABA que en Jesús se cumplían todas las profecías de los antiguos profetas quienes anunciaban al Mesías (enviado por Dios) que establecería un reino de paz y de justicia. Irónicamente hasta el día de hoy aún hay Israelitas quienes siguen esperando a ese Mesías pues no reconocen a Jesús como el enviado por Dios.
Debido a la importancia de la respuesta los demás no quisieron declarar a Jesús como el Mesías, por temor a equivocarse de persona. Es bastante irónico pues los discípulos andaban con Jesús, comían con Jesús, reían con Jesús y veían a diario los milagros y sanaciones que por medio de El se hacían pero NO SABIAN QUIEN ERA.
- Bienaventurado eres, Simón hijo de Jonás porque esto no lo aprendiste de labios humanos. ¡Mi Padre Celestial te lo reveló personalmente!
¡Que gran privilegio el de Pedro! Acá esta la prueba que Cristo estaba conectado al corazón del Dios Padre. Los ojos de esos doce discípulos contemplaban la promesa de Dios en carne y hueso del Mesías prometido, del Libertador de Israel. Durante dos años habían convivido con aquel a quien Isaías profetizo como el “Admirable, Consejero, Dios Poderoso, Padre Eterno el Príncipe de Paz” y agradó al Dios Padre haberle revelado a un rudo pescador, inmerecedor de nada un secreto tan importante.
Por eso no debemos extrañarnos que el apóstol Pablo, años más tarde escribiera en sus cartas que Cristo es el misterio de Dios.
Quiero que hagas memoria en aquel momento donde decidiste tomar tu cruz y seguir a Cristo. No fue una decisión tuya, fue Dios Padre quien abrió su corazón para que tú pudieras ver a Cristo, reconocerlo como Señor en tu vida y comenzar una relación de dependencia en él. La Biblia nos dice que Dios nos amó primero, por esa razón Jesús se entregó en tan importante sacrificio de amor.
Hoy Jesús hace la misma pregunta a la iglesia ¿Quién dice la gente que soy? Probablemente has oído sobre la obra maravillosa que Jesús está haciendo en la vida de aquellos que te rodean, no hablo de esas sanidades de TV donde tiran las muletas y comienzan a saltar, pues muchas de ellas son falsas lamentablemente. Hablo de milagros palpables, cánceres sanados en familiares o amigos, matrimonios restaurados o cadenas de vicios que son rotas; todo por rendir la vida a aquel que se entregó a sí mismo por nosotros.
Inmediatamente Jesús pregunta a nuestro corazón ¿Quién soy yo para ti? Por inercia a lo mejor contestes: “Mi Señor” o “Mi Salvador” pero quiero que medites muy bien en la respuesta a esa pregunta ¿realmente nuestra vida refleja que Jesús es el Mesías? ¿Cuándo le llamamos “Señor” realmente tenemos la conciencia tranquila que su palabra es una orden en nuestras vidas? Cuando medité sobre ese texto en Mateo 16.13-20 sobre la confesión de Pedro y confrontar mi propia carne con esa pregunta ¿Quién es Jesús en mi vida? Encontré que aún faltan muchas cosas por corregir, camino por recorrer, errores que enmendar.
Padre Eterno, gracias por haber abierto tu corazón revelando a Cristo a nuestras vidas. Gracias por la luz que iluminó nuestras tinieblas, por encaminarnos por sendas de justicia y públicamente confesamos que somos incapaces de seguirte por nuestra cuenta. Necesitamos plenamente de tu misericordia, de tu bondad y amor inagotable en nuestro caminar. Perdónanos porque cuando fuimos confrontados sobre ¿Quién es Cristo para nosotros? Nos avergonzamos al saber que no ocupas el primer lugar en nuestras vidas, tuya es la justicia y nuestra la confusión de rostro Señor. Nuestra petición es que nos guíes en nuestro caminar, que rompas todo yugo de esclavitud y permitas seguirte en justicia y verdad.
Es nuestra oración en este día
Amén
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