Crónicas de una conquista (III parte)

La luz de las velas alumbraba tenuemente su cabello y barba encanecida ya con el tiempo. Sin embargo a pesar de su edad y de todas las dificultades pasadas a lo largo de su peregrinaje Moisés aún no daba señales de senilidad. En la soledad de su tienda y mientras Séfora su esposa dormía el caudillo escribía sus memorias, lo que posteriormente conoceríamos nosotros como el quinto libro del Pentateuco, el Deuteronomio.
A pesar de su mansedumbre aún recordaba penosamente aquel momento donde colmaron la paciencia del Creador y donde incluso Moisés resultó afectado, pues por culpa del pueblo tampoco él pudo entrar a la tierra que les prometió. El recuerdo de esa noche estaba muy fresco en su mente, los rostros atribulados de los diez espías que desmoralizaron al pueblo, la valentía de aquellos dos quienes aún vivían y lo peor; la sentencia solemne e inminente del Creador a causa de la incredulidad del pueblo. Cuarenta años atrás, tuvo la osadía de interceder por Israel:

“¿Qué pensarán los egipcios cuando oigan acerca de esto? Ellos saben bien la demostración de poder que hiciste al rescatar a su pueblo. Lo han contado a los habitantes de esta tierra, que saben bien que Tú eras con Israel y que Tú hablas con Israel cara a cara. Ellos ven la columna de nube y de fuego que está sobre nosotros y saben que Tú nos diriges y nos proteges de día y de noche. Si matas a este pueblo las naciones que habrán oído de tu fama dirán: “El Señor les ha dado muerte porque no tuvo suficiente poder para introducirlos en la tierra que juró que les dará”
Números 14.13-16

Sin embargo, el Creador había jurado solemnemente castigar a Israel. Si bien fue gracias a la oración intercesora de Moisés que el pueblo no pereció producto de una plaga en el desierto; si se emitió un inminente juicio divino: El pueblo, quien hacía un par de días había dudado de su Dios estaba destinado a vagar por cuarenta años en el desierto, hasta que la generación que osó rebelarse contra su Dios muriese por completo.

- Bien, los perdonaré de la manera que me lo has pedido – respondió el Señor – Pero juro por mi propio nombre que, así como la tierra está llena de mi gloria, ninguno de los hombres que vieron mi gloria y los milagros que hice en Egipto y en el desierto (y diez veces se negaron a confiar en mí y obedecerme) verá la tierra que les prometí a sus antepasados. Pero mi siervo Caleb es diferente: me ha obedecido en todo. Lo haré entrar en la tierra donde ya ha estado, y sus descendientes poseerán una buena parte de ella. Pero ahora, puesto que el pueblo de Israel teme a los amalecitas y a los cananeos que viven en los valles, mañana regresarán al desierto en dirección del Mar Rojo.
Números 14.20-25





Desde que leí este texto hasta el día de hoy siempre he imaginado como fue ese momento en el cual el Señor y Moisés conversaban. Dios Supremo, Todopoderoso, Creador de las potestades de los cielos y del abismo del mar, quien a su orden los planetas giran entorno a su eje, mueve galaxias a su voluntad y por el poder de su palabra las estrellas se encienden o se apagan, el Soberano conversando con un asesino, convicto de Egipto e imperfecto humano cara a cara, como dos viejos conocidos (sin quitar la soberanía del Creador). No olvidemos que la palabra de Dios llegaba a los distintos campamentos del pueblo por medio de los labios de Moisés, fue por ello que cuando les comunicó la terrible noticia que un juicio había sido emitido ya en contra del pueblo; Israel lloró lamentándose toda la noche. La paciencia de Dios había llegado a un límite.
No obstante, a la mañana siguiente el pueblo se levantó muy temprano por la mañana, desarmó sus tiendas y a los primeros rayos del sol partieron rumbo a la Tierra Prometida.

- Comprendemos que hemos pecado – dijeron – pero ahora estamos dispuestos a entrar en la tierra que el Señor nos ha prometido.

Israel cometió el error que muchos de nosotros sufrimos en carne viva en un momento de nuestra vida. Intentamos agradar a Dios cuando ya es demasiado tarde, cuando el  juicio está decretado y cuando ya no existe un revés a su ira. Nos cuesta entender que Dios es clemente, piadoso y paciente, pero una de las cualidades que más sobresale en Él es su justicia. A menudo oramos exaltando esos atributos divinos, pero los decimos a la ligera “Dios tu eres tardo para la ira, pero grande en misericordias…” no meditamos que al decir “tardo para la ira” estamos afirmando que si seguimos en nuestra manera pecaminosa de vida esa ira tarde o temprano llegará a nuestras existencias.
No necesito seguir la historia bíblica para que tu deduzcas lo que pasó después con el pueblo de Israel. Los amorreos los persiguieron como avispas matando a muchos del campamento. Fue tal el daño que les hizo; que el pueblo se quedó por mucho tiempo en Cades, ¡a solo un par de millas de la tierra prometida!

Una vez comenzamos a sentir en carne viva los primeros azotes de su ira intentamos aplacarla ¡haciendo las cosas que hace años Dios nos aconsejó hacer! En pocas palabras queremos sobrepasar la autoridad divina haciendo nuestra voluntad sobre la de Dios.
No es de extrañarse tampoco la inmadurez espiritual que atravesamos en esos momentos. No te sientas mal si las siguientes líneas describen lo que pasas, pasaste o pasarás; con la mano en el corazón me describo a mí en un momento de mi vida, curiosamente hablando con algunos hermanos en la fe pasaron situaciones similares.
Una de las señales inminentes de inmadurez espiritual es el “declararnos justos” delante de Dios ¿Cómo? Preguntándonos ¿Por qué me pasan estos problemas a mi? ¿Por qué yo y los demás no? Llegamos al punto de tener un resentimiento con Dios, dejamos de congregarnos, de orar y de leer la Palabra, etc.
Hagamos un examen interior y reconozcamos con humildad nuestro error delante del trono del Señor. El profeta Daniel lo especifica mejor al confesar los pecados del pueblo de Israel:

“¡Oh Señor tu eres un Dios grande y temible! Siempre cumples tu pacto y tus promesas de amor inagotable con los que te aman y obedecen tus mandatos; pero hemos pecado y hemos hecho lo malo. Nos hemos rehusado a escuchar a tus siervos, los profetas, quienes hablaron bajo tu autoridad a nuestros reyes, príncipes, antepasados y a todo el pueblo de la tierra.
Señor, tu tienes la razón; pero como ves, tenemos el rostro cubierto de vergüenza. Esto nos sucede a todos, tanto a los que están en Judá y en Jerusalén, como a todo el pueblo de Israel disperso en los lugares cercanos y lejanos, a dondequiera que nos has mandado por nuestra deslealtad hacia ti…”

Daniel 9.4-7

El profeta nos da una muestra de humildad en el texto anterior. Reconoció los pecados propios con los del pueblo y a pesar de ser un hombre entregado a Dios no hizo diferencia entre un pueblo corrupto y él. Daniel comprendió que nadie puede justificarse por sus acciones delante de Dios y se amparó a su soberanía.
De eso se trata la madurez. Saber ¿Quién es Cristo en nuestra vida? y no importa la tormenta que atravesemos, o el más árido desierto; teniendo muy presente que ni la vida, ni la muerte, ni lo alto ni lo profundo nos pueden separar del inmenso amor de Dios en Cristo Jesús. Madurar no es dejar de llorar, ni ignorar el sufrimiento; es aceptar lo bueno de Dios y las pruebas con actitud de alabanza. Dios es Dios y es Soberano. Punto. El permitió la situación por la que atraviesas, la muerte de un familiar cercano o el problema económico en el que te encuentras.

¿Aceptaremos sólo las cosas buenas de Dios y nunca lo malo? (Job 2.10)

El profeta Jeremías en el libro de las Lamentaciones nos da un consejo que si lo aplicamos al pie de la letra nos irá bien en el resto de vida que nos queda.

¿Quién puede ordenar que algo suceda sin el permiso del Señor? ¿No envía el Altísimo tanto calamidad como bien? Entonces ¿Por qué nosotros, simples humanos habríamos de quejarnos cuando somos castigados por nuestros pecados?
En cambio, probemos y examinemos nuestros caminos y volvamos al Señor. Levantemos nuestro corazón y nuestras manos al Dios del cielo y digamos: “hemos pecado y nos hemos rebelado, y no nos has perdonado.” 
Lamentaciones 3.37-42

Ten algo por seguro. Después de un fuego de prueba y de haber experimentado en carne viva el azote de Dios con autoridad puedo decirte que las cosas no vuelven a ser iguales. El mejor ejemplo está en la Biblia: Israel fue un pueblo terco, rebelde e idólatra; inclinado constantemente hacia ritos paganos y costumbres extrañas. Dios dio un tiempo para su arrepentimiento, pero su paciencia llegó a su fin en el año 587 a. C cuando el ejército de Babilonia abrió brecha en el muro de Jerusalén llevando cautivo al pueblo. Fue hacia el año 538 cuando por decreto de Ciro rey de Persia los cautivos son liberados y vueltos a sus tierras.
Después de aquel juicio donde Dios desató su ira ante el pueblo la nación de Israel nunca más volvió a practicar la idolatría. El fuego purificó sus corazones y los encaminó hacia el único Dios.
Hay algo que siempre repito cada vez que tengo la oportunidad de aconsejar a Cristo: Frecuentemente pido a la persona que atraviesa problemas la siguiente frase “DIOS ES BUENO, SIEMPRE HACE LO BUENO Y NO HAY MALDAD EN EL”
Conforme vamos conociendo de Dios nos damos cuenta que aún lo que nosotros tomamos como algo malo Dios lo permitió para que algo bueno surja en nosotros. No pido que lo entiendas, solo que confíes. El sabe lo mejor.


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