Una orden muy singular... (por Badger Joon)
- Solo una petición tengo para esta noche Señor. Y no dejes que muera sin ella: quisiera escuchar tu voz, conocer tu voluntad y tener grabado en mi mente ¿Cuál es el propósito eterno que tú tienes para mi en mi paso en el mundo?
Javier, a sus diecinueve años de edad constantemente oraba de esa manera. A menudo escuchaba los testimonios en la iglesia donde se congregaba regularmente. Todo para él era nuevo, hacía seis meses ya desde que había reconoció a Jesús como Señor y diligentemente caminaba paso a paso en la aventura de la fe.
Nunca conoció un vicio, ni fue un adolescente rebelde. Terminó su bachillerato a sus dieciocho años e inmediatamente comenzó a buscar trabajo para ayudar a su familia. Buscó de Cristo para llenar el vacío interior, la enorme necesidad de depender de un Salvador y encontrar un sentido a su vida. Su sed interior le llevo a leer la Biblia , asistir a los servicios de estudios bíblicos y escuchar a predicadores exponer la Palabra.
La búsqueda de Dios le trajo una paz interior, los pocos malos hábitos que tenía fueron eliminados casi por completo, aprendió a orar con sinceridad y humildad; siendo un dedicado servidor entregaba su tiempo a la enseñanza infantil y a otras actividades eclesiásticas.
Javier tenía solamente una inquietud. Recién llegado a la congregación escuchó el testimonio de Marcos, un joven tres años mayor que él a quien Dios lo había encomendado en un viaje misionero a Delta Amacuro, cerca de la desembocadura del Orinoco. Marcos contaba con lágrimas en sus ojos como Dios una madrugada lo despertó haciéndole saber su voluntad; y el llamado para el cual este había sido escogido.
Durante cuarenta minutos que duró su testimonio constantemente Javier podía escuchar de los labios de Marcos “Dios me dijo” “Dios me habló” con tanta pasión que despertó la curiosidad en Javier de saber ¿Cómo era la voz de Dios?
El día del testimonio de Marcos, el joven Javier divagó en su mente tratando de imaginar ¿como sería la voz de Dios?. Se figuraba a sí mismo en su cuarto teniendo una visión, o en la calle caminando cuando repentinamente un ángel le apareciera haciéndole saber la voluntad de Dios. – a lo mejor no sea tan dramático – dijo para si y se conformó con la idea que Dios irrumpiría el silencio de la noche haciéndole saber de buena tinta su perfecta voluntad.
Por un momento Javier perdió el hilo del testimonio de Marcos. La frase que lo trajo de vuelta a la realidad alimentó aún más la curiosidad del joven. Marcos, con autoridad y convicción dijo:
“La visión es el sueño de Dios puesto en el corazón de los hombres para que estos lo cumplan”
Desde esa tarde y en las noches siguientes Javier propuso, con humildad y fe en su corazón estar atento a escuchar la voz del Creador. Quiero dejar en claro que la curiosidad de Javier no obedecía a una falta de fe, el chico creía en Dios y demostraba con su vida que era un seguidor de Cristo pero quería enfocar su vida, sus fuerzas, su corazón y su juventud en cumplir el propósito para el cual fue creado y no gastar su energías en cosas vanas que no traían provecho.
Como cada uno de los que hemos enfrentado pruebas de fe, Javier vivió en carne propia el fuego de la primer oración, la esperanza de la demora, el tormento de no tener respuesta alguna, la frustración y enojo de sentirse olvidado por Dios y la resignación de declarar frases como “Dios no quiere contestar mi oración”, “soy muy mala persona para obtener su favor”. Con el pasar del tiempo su frustración comenzó a crecer al escuchar testimonios de hermanos a los que “Dios les hablaba” al punto que lloraba en la soledad porque se sentía desprotegido por su Creador. A pesar de la larga espera que atravesaba Javier nunca se desanimó en sus oraciones. Habían pasado seis meses ya de silencios, de resignaciones y de caminar a ciegas. Como si Dios le jugase una broma las demás peticiones de Javier eran contestadas rápidamente, menos la que el más anhelaba; es como si el Altísimo y Soberano estuviese poniéndolo en una larga y desesperada prueba de paciencia.
- Solo una petición tengo para esta noche Señor. Y no dejes que muera sin ella: quisiera escuchar tu voz, conocer tu voluntad y tener grabado en mi mente ¿Cuál es el propósito eterno que tú tienes para mi en mi paso en el mundo?
Javier procuró descansar un momento. Anheló poder despertar en la madrugada sorprendido por la respuesta de Dios, pero no fue así. Los pensamientos de Dios no son los mismos nuestros y su forma de proceder es totalmente diferente a la de su creación.
Se levantó muy decepcionado por la mañana, pero aún así tuvo su devocional diario, el tiempo que cada día le dedicaba a Dios hoy fue usado para tener una plática seria y sincera. Le preguntó a Dios si aún lo amaba, y si a respuesta era afirmativa ¿Por qué no podía escuchar su voz? Fue sincero expresándole lo enojado que este se encontraba y al mismo tiempo lo triste y frustrado; era una maraña de sentimientos encontrados. Aún en el desierto espiritual que atravesaba buscó una luz para agradecer lo que Dios “en silencio” le había dado y con esa actitud de paz y resignación le dio un beso en la frente a su mamá que aun dormía y salió a trabajar.
Olvido el asunto casi por completo debido a lo atareado de su día. Son aquellos viernes de locos en los cuales sientes que las horas pasan volando y que el tiempo no alcanza para la enorme tarea que hay pendiente. La ansiedad de Javier desapareció entre papeles, solicitudes y llamadas a clientes.
Por la noche circundó las mismas calles y avenidas que usualmente recorría. Un tráfico espantoso y una de esas extrañas lluvias en el verano hacían de esa tarde algo totalmente diferente. Quiso escuchar la radio mientras conducía pero sencillamente nada lo hacía sonreír.
Fue cuando busco rutas alternas que todo comenzó a cambiar. Quizá fue el cambio de rutina, o la brisa en su rostro (había dejado de llover), que Javier comenzó a disfrutar de ese viaje. Aún se sentía muy estresado y los músculos de su espalda no se habían relajado por completo, pues los sentía rígidos y dolorosos; cuando repentinamente la escucho:
- Javier
– La voz no era como el joven la esperaba. Siempre fantaseó con que los cielos fueran abiertos, o una visión al estilo de los grandes como Ezequiel o Isaías pero Dios le habló a Javier en el momento más estresante, mientras se debatía con el tráfico y cuando, siendo sinceros, en la persona que menos pensaba era en Dios.
Decidió ignorar tan sublime momento, pues no era tampoco una voz audible como Javier estaba esperando. La voz venía desde el interior, desde el corazón; parecida más a su conciencia que a una voz divina. Sin embargo asaltaba los pensamientos y sentimientos de este de tal manera que era imposible que Javier estuviera inventando este momento. La voz, con más regularidad y con más fuerza se estaba manifestando en su interior.
- Javier
– insistió una vez más. Parecía autoritaria, pero tierna al mismo tiempo. Esta vez no quiso pasar por alto ese momento y movido más a la curiosidad de “ver que pasa” decidió responder:
- Dime
– En ese preciso momento recordó que no era la manera en que los antiguos hombres de fe le respondían al Creador. Casi inmediatamente dijo – heme aquí – tratando de enmendar esa primera respuesta errónea.
Conforme comenzó la conversación entre Dios y Javier el joven se fue convenciendo más y más que la platica no era producto de sus desvaríos. Esperaba ansioso que también lo mandase a el, como lo hizo con Marcos a un viaje misionero y aventurarse por medio de la fe. Sin embargo la orden que Dios le dio lo dejó perplejo. El Padre de nuestras almas no le pidió ir en viaje misionero, ni fundar una iglesia ni organización.
- Javier, quiero que pases al supermercado a comprar un litro de leche.
Una risa sarcástica recorrió los labios de Javier. Dios, Creador del cielo y la tierra… y de las vacas, le estaba ordenando a un simple mortal, estresado por un ajetreado día de trabajo que ¡comprara leche!
Sin embargo con las cosas de Dios siempre debemos movernos por la fe. A Javier no dejaba de causarle gracia la orden pero no por ello la desobedecería. Estacionando su auto en el parqueo rápidamente compró el producto lácteo. Estaba abrochándose el cinturón de seguridad cuando fijamente miró el litro de leche y pensó: -¿Qué rayos voy a hacer con esto? – colocó la bolsa del supermercado en el asiento del conductor y puso en marcha su carro.
Ni siquiera sabía dónde dirigirse. Por inercia iba camino a su casa a meditar tan extraña tarde cuando la voz nuevamente irrumpió la tranquilidad del automóvil.
- Vira a la derecha
Javier comenzaba a acostumbrarse ya a esa rutina, aunque siendo sincero no dejaba de asombrarlo. - “Así que esa es la manera con la que Dios hablaba con Marcos” - pensó para sí. Sintonizó la radio en una música instrumental y siguió conduciendo donde Dios le indicaba.
- En la siguiente esquina vira a la derecha
Poco a poco el joven comenzó a darse cuenta que no sabía donde se encontraba. Cuando dudaba si la voluntad de Dios lo había llevado a esas calles inmediatamente la voz le repetía “Sigue derecho”.
Anduvo así alrededor de hora y media, sobre calles desconocidas, barrios paupérrimos y zonas peligrosas. Entró a una comunidad de extrema pobreza en particular, un rincón tristemente olvidado de la ciudad donde la miseria lo cubría todo.
Literalmente el asfalto de la carretera se terminó y comenzó un camino polvoriento e irregular, entre charcos de agua sucia, niños desnutridos y “penumbras” porque es lo que más abundaba en esa zona. No me refiero a la oscuridad en sí, hablo como si los rostros de esas personas reflejaran tinieblas y soledad.
Javier no dejaba de asombrarse en el lugar cuando repentinamente cayó en cuenta que llevaba media hora en silencio. Sin saber que hacer, estacionó su auto, subió la ventanilla por seguridad y esperó.
Por más que intentó concentrarse la voz en su interior guardó silencio, haciendo sentir muy frustrado a Javier. Arrancó su auto después de veinte minutos de espera y con resentimiento miró el litro de leche en el asiento del conductor.
-¿En realidad Dios me habló? ¿Fue producto de mi imaginación? Y ahora ¿Qué hago con esta leche? – Puso en marcha su automóvil y al cruzar la esquina reflexionó que cualquiera de esas personas de la comunidad necesitarían tan preciado líquido, y aunque fuese muy poco ayudaría a contribuir a su deficiente alimentación.
- Los hijos de Dios somos conocidos por nuestros frutos – dijo para sí; en un afán de animarse, así que puso en marcha su auto y siguió su corazón. Apenas había recorrido un par de cuadras cuando paró repentinamente.
La casa no era como las otras, siendo sinceros era la mejor conservada y arreglada de los alrededores, un patio que a pesar de ser de tierra estaba pulcramente limpio y barrido; Javier lo supo porque pudo compararlo con los demás patios vecinos.
Su mente decía que era el lugar que menos necesitaba una obra de caridad pero sintió dentro de si un fuerte impulso de llamar a la puerta de esta. Tomando el litro de leche descendió del auto con mucha cautela, debido a su pavor de ser asaltado en el lugar.
¿Qué le impulsó a tocar la puerta en el lugar menos esperado? Su corazón nada más. Ignoraba si estaba en un error o haciendo lo correcto, pero debía arriesgarse a ello. Tocó la puerta una segunda vez y no obtuvo respuesta alguna. Intentó una tercera (y última) vez y desde adentro se escucho una voz grave y malhumorada.
Un caballero de unos cuarenta y cinco años le recibió en ropas menores. Javier no se turbó, sabía que era tarde en la noche y aun la gente pobre necesitaba dormir. Lo que más resaltaba de este hombre era su calvicie y sus ojos bovinos, enrojecidos e hinchados. No era cosa difícil indagar que estaba atravesando un problema y en su soledad había llorado mucho. Al fondo de la casa una muy vieja hamaca mecía una tierna sábana con un bebé dentro, el cual lloraba incesantemente.
Javier no quiso perder tiempo, y le contó a este sombrío hombre su breve historia, dándole el litro de leche en sus manos. Conforme su relato avanzaba el caballero bajaba la mirada avergonzadamente cambiando su semblante tosco por uno más accesible. Poco a poco el muchacho pudo ver como este hombre se derrumbaba en pedazos hasta no quedar emocionalmente nada de el. Cuando terminó Javier de contar su historia el hombre era un mar de lágrimas. Con un nudo en la garganta intentó hablar, decir incluso “gracias” pero su quebranto se lo impedía.
Un vaso con agua ayudó a este hombre a serenarse y poder expresar con palabras de agradecimiento tan noble gesto:
- ¿Cómo te llamas? – preguntó el señor rascando su calva cabeza
- Javier Pérez – dijo el muchacho extrañado, pues le sorprendió la pregunta
- Javier quiero contarte algo: Mi esposa murió hace seis meses cuando dio luz a mi hija, fue un parto complicado y no pudimos salvar su vida. Con todo el amor del mundo decidí sacrificarme para sacar a Jackeline adelante, criarla de tal manera que su mamá que está en el cielo se sintiera honrada por nosotros.
Hace seis semanas la empresa para la que trabajaba se declaró en bancarrota y perdí el empleo por el cual me esforcé quince años. Traté de buscar por todas partes, tocar puertas, pero sencillamente estoy viejo para que me contraten. Ayer por la noche se acabaron las provisiones y sinceramente me importa poco dejar de comer, pero la criatura no; me parte el corazón que ella quedó sin su leche.
Hoy por la madrugada me levanté pues comprenderás que ningún padre puede dormir sabiendo que su hija no tendrá para comer en el día, y fue entonces que comencé a quejarme con Dios. Maldije mi condición y me enojé mucho con el, a tal punto que le dije que si realmente existía que mandase un ángel del cielo con la leche de mi pequeña Jackeline. No pasaron ni quince minutos cuando tú tocaste a la puerta…. Con un litro de leche… quiero hacerte una pregunta y por favor respóndela con sinceridad…
…¿Eres tú un ángel de Dios?...
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