... Si yo muriera hoy...
Los primeros rayos de luz llegaron repentinamente. Había sido una mala noche, aquellas cuando te levantas más cansado de lo que te acuestas. Para aquel joven la madrugada había significado una serie de sueños sin sentido, vueltas en la cama y poco confort. Un café negro y sin azúcar reanimó su desvelo; encendió la televisión, cambiando a las noticias matutinas, pero sin prestar atención; era una rutina que todas las mañanas tenía. Vio sin ver: accidente en la carretera panamericana, redada de la policía en la ciudad de Apopa, “buenos samaritanos” ayudando a la comunidad, Peña Nieto arriba en las encuestas… No había diferencia entre un día y otro la verdad, pues siempre miraba a diario el mismo color… gris…
Viendo su rostro al espejo comenzó a notar que se estaba poniendo viejo – para variar – dijo para sus adentros, pero no dio mucho reparo en ello, dándose una ducha larga, de aquellas que disfrutas de principio a fin comenzó a prepararse a trabajar; el mismo trabajo que durante siete años Dios le dio.
Tenía por costumbre caminar hasta encontrar el autobús y no quedarse esperando en la parada, lo hacía por dos razones principales, los pensamientos fluyen cuando el cuerpo esta activo y la segunda es que le era totalmente incómodo socializar, no porque no fuera buen orador y oyente sino porque encontrar un tema de conversación le causaba flojera. Subiendo al autobús y pagando su pasaje se sentó en los primeros lugares de este y abriendo su Biblia se dispuso a leer (si, por difícil que pareciera el es cristiano, como tu o como yo).
Día doscientos ochenta y tres del plan de lectura bíblica, libro del Apocalipsis “Yo se todo lo que haces y que tienes la fama de estar vivo, pero estas muerto. ¡Despierta! Fortalece lo poco que te queda, porque hasta lo que queda está a punto de morir…” Un violento frenazo por parte del chofer desconcentró la lectura de este joven. Un imprudente conductor se atravesó delante del autobús lo que provocó el violento y repentino frenazo. El saldo: un leve golpe en la muñeca, nada por alarmar pero una reflexión que lo hizo meditar por un buen tiempo.
- ¿Qué hubiese pasado si el chofer no hubiera esquivado al coche? – Pensó el joven para sí – Seguramente el golpe me hubiese sacado del bus, provocando serios golpes o… la muerte incluso – Lo siguiente no puedo definirlo si fue una visión o la simple imaginación de este, pero tuvo un cuadro de su familia recibiendo la terrible noticia de su muerte. Imaginó a sus cercanos, sus amigos, gente consolando a su familia muy probablemente de la iglesia en la cual asistía… la iglesia… Dios… ¡Dios! - ¿viví para darte gloria Señor? ¿mis frutos hasta el día de hoy han sido buenos? – volviendo su mirada al texto leyó “tienes fama de estar vivo… pero estas muerto”
A muchos de nosotros nos apasionan las palabras de aquel anciano Pablo escribiendo a Timoteo “En cuanto a mi, mi vida ya fue derramada como una ofrenda a Dios, se acerca el tiempo de mi muerte. He peleado la buena batalla, he terminado la carrera y he permanecido fiel…” Pensamos que cuando estemos ancianos y nuestra vida este por terminar recitaremos las mismas palabras, pero ¿que pasaría si el día de tu muerte es hoy? ¿Puedes decir las mismas palabras que Pablo? No escribo sobre la salvación en sí o si la perdemos o no, hablo de si tu vida realmente está dando la gloria a Dios, si estas preocupado por hacer su voluntad antes que la nuestra.
Hay una frase que se repite continuamente en el mensaje a las siete iglesias: “Todo el que tenga oídos para oír debe escuchar al Espíritu y entender lo que El dice a las iglesias…” (Ap. 2.7, 2.11, 2.17, 2.29, 3.6, 3.13, 3.22) Jesús esta hablando a quienes Dios despertó nuestros oídos espirituales y pudimos comprender por medio de su Espíritu el mensaje claro de salvación. Si comprendes lo que Dios esta hablando, es tiempo que comenzar a clamar porque Dios ponga el deseo de obedecer su palabra, de confesar los pecados como Esdras lo hizo tiempo atrás, vivir una vida recta como lo hizo Nehemías al amonestar a los que oprimían a los pobres.
Un golpe en la muñeca me hizo reflexionar (si, por si no lo habías notado yo soy el de la historia) Es bastante comprensible para nuestra finita mente el entender aquellas palabras que Dios Padre habló en la Biblia “Un hijo honra a su padre y su sirviente respeta a su Señor. Si yo soy su padre y su señor ¿Dónde esta el honor y el respeto que merezco? ¡Ustedes han tratado mi nombre con desprecio! Me atrevo a escribir estas líneas porque se que no soy el único que vive esto. Levantamos nuestras manos, oramos audiblemente pero no estamos dando los frutos correctos. Es por esa razón que Apocalipsis me dice “tienes fama de estar vivo… pero estas muerto”
¿Qué hacer entonces? Primeramente debemos agradecerle a Dios que nos advierte sobre nuestros caminos; una amonestación tiene como objetivo principal el corregir nuestra manera de vivir para andar como él anduvo. Segundo debemos reconocer que el socorro, la salvación y la vivificación de nuestro espíritu depende de su gracia. Hay un versículo que siempre me ha hecho llorar, porque revela la verdadera intención de Dios de restaurar al hombre, hacer morir sus pecados y que este de frutos de alabanza para su gloria
“Te perdiste, oh Israel, mas en mí está tu ayuda” Oseas 13.9
Nuestra parte en el proceso comienza con el deseo ferviente en nuestro corazón de permanecer fieles a Dios. Las escrituras nos dicen Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga. (1 Corintios 10.12) No se trata de alcanzar perfección, quiero que estemos concientes que estamos atados a un cuerpo de pecado, y que seremos verdaderamente libres el día de nuestro Señor Jesucristo (Filipenses 1.6) Pero si esta en nosotros el no acostumbrarnos a nuestro pecado, no importan las veces que te hayas arrodillado clamando por salir de esa opresión, lo importante es no rendirte y seguir orando. Juan lo define de esta manera “Los que han nacido en la familia de Dios no se caracterizan por practicar el pecado, porque la vida de Dios esta en ellos” (1 Juan 3.9) Todos pecamos, pero no todos practicamos el pecado Dicho en otras palabras ninguno está exento de cometer errores, pero esos pecados en nosotros no se han convertido en una manera de vivir.
Dios es soberano, creador de cielo y tierra, de cosas visibles e invisibles pero al mismo tiempo es un padre que nos dio la mayor prueba de amor al entregarnos a Jesucristo como el camino a la salvación y habernos escogido para adopción. ¿Qué padre no desea que sus hijos caminen rectamente? ¿Qué padre no se entristece cuando esto no es así? Es por esa razón que el libro de proverbios nos dice “Se sabio hijo mío y alegra mi corazón…”
A partir de entonces, Jesús comenzó a predicar: “Arrepiéntanse de sus pecados y vuelvan a Dios, porque el reino del cielo está cerca” Mateo 4.17
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