Getsemaní
El ambiente era quieto y fresco en aquella noche. La luz de la luna apenas iluminaba la cuesta en la que se conducían. Sus pies estaban adoloridos detrás de una larga jornada, aproximadamente veinte kilómetros diarios recorridos de un lugar a otro. Todo apuntaba a una quieta noche de descanso reparador; sin embargo había una cosa más por hacer y después de ello vendría el reposo.
Nadie se extrañaba que subiesen esa colina nuevamente, lo habían hecho muchas veces antaño y el altozano se había convertido en un lugar transitado; lo que ninguno de ellos pudo percatarse es que esta vez había un semblante distinto en las facciones de, pues esa noche distaban mucho de aquel rostro sereno que les era tan familiar y tan confortante.
Esa noche mientras caminaban al monte de los Olivos, ni Jesús ni sus discípulos cruzaron mayores palabras que las necesarias, aquellos porque estaban fatigados, Jesús porque conocía que le restaban pocas horas para aquel momento clave; aquel que estuvo planeado desde antes de la fundación del mundo. Y es que esa angustia que atravesaba, lejos de nuestra humana percepción no fue un suceso aislado en los evangelios.
El Hijo de Dios sabía los acontecimientos que le ocurrirían desde la eternidad, lo supo cuando que fue hecho carne y vino a este mundo como Emanuel (Dios con nosotros) lo ocultó de su familia, de sus allegados mientras crecía en “sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres” (Lc. 2.52).
Juan el Bautista, su primo en carne se refirió de el como “un Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” aquella tarde mientras que, en medio de la multitud; Jesús llegaba al Jordán, delgado y distante al que conocía tras cuarenta días de ausencia en el desierto. Para aquellos días su sacrificio era, en esos momentos, un secreto entre Dios y su persona. Jesús no dejó que ese futuro sufrimiento perturbara su presente, pues en sus tres años de ministerio sobre la tierra, los que conocemos por medio de las escrituras fue un hombre jovial, alegre sin mancha ni doblez que habló la verdad pues él es la verdad. Un hombre tan manso que incluso los niños querían estar a su lado pues sus ojos reflejaba la bondad, el amor y la misericordia de un Dios que anhelaba estar con los suyos.
Sus discípulos conocían el carisma de su maestro. ¡Cuantas veces compartieron momentos inolvidables! La palabra nos dice que Jesús fue al monte a orar y pasó toda la noche orando a Dios, y cuando llegó el alba llamó a sus discípulos y escogió a doce de ellos (Lucas 6.12-13) Imagino las horas que Jesús pasó en ese monte a solas con su Padre hablando sobre las cualidades y defectos de un Pedro, impulsivo pero carismático, de Juan el amado, o de un Saulo que se añadiría años después de su resurrección. Fueron esos once (excluyendo a Judas Iscariote) quienes valoraron más a Jesús que su propia vida años después, aquellos que hablaban con el hasta muy entrada la noche y dejaron familias y bienes por su causa.
Fue a esos doce quien Jesús confesó el propósito de Dios con su sacrificio:
“He aquí subimos a Jerusalén y el Hijo del Hombre será entregado a los sacerdotes y escribas; y le condenarán a muerte. Y le entregarán a los gentiles para que le escarnezcan, le azoten y le crucifiquen; más al tercer día resucitará”
Aunque el mensaje estaba claro ninguno de ellos lo comprendió, pues aún Dios no había abierto sus oídos. Aún con todas estas cosas Jesús quiso decirlo a sus amigos. La angustia del Cordero aumentó cuando el momento se aproximaba y comían todos de la pascua. Solamente Jesús sabía que esa noche sería la última en la tierra con sus discípulos y aunque en su presciencia sabía de antemano que ellos no le entenderían le anunció a los suyos la noticia
Desde ahora no beberé más del fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre
La frase, más que una promesa, también era una despedida. En pocas horas el pastor sería atrapado y sus ovejas dispersas por los collados, todo conforme al plan que Dios trazó.
El único sonido que se percibía en los entornos era el de sus sandalias pasando sobre pequeños guijarros y ramas quebradizas. Tras unos pocos minutos de silencio, los cuales a ellos les parecieron eternos su voz se escuchó entre ellos:
Siéntense acá, entre tanto que voy allí y oro (Mateo 26.36)
Había un matiz distinto en su voz. En la oscuridad a ellos les costó mucho reconocer la palabra de su maestro, pues distaba mucho de aquella voz enérgica que tocaba los corazones y trastornaba a los religiosos. La voz a la que ellos se habían acostumbrado era tan fuerte que en una ocasión tuvo que subirse a una barca a causa de la multitud y todos los presentes (que no eran pocos) pudieron comprender a plenitud sus palabras. Las palabras que escucharon en el huerto de Getsemaní fueron tenues y ahogadas; un grito de angustia por ser escuchado.
De los doce discípulos eran Pedro, Jacobo y Juan los más allegados al maestro. Fueron ellos los que lo vieron transfigurarse en el monte mientras hablaba con Moisés y Elías, los que entraron a la casa de Jairo cuando Jesús resucitó a la hija de este. Históricamente fueron sus primeros frutos y los que años después ocuparían el liderato en la iglesia. Pedro fue el primero en predicar en el Pentecostés, Jacobo fue dirigente de la iglesia en Jerusalén y Juan, el amado, quien hacía horas se había recostado en su regazo, el más joven de todos y el único que estuvo al pie de la cruz junto a Jesús. No era nuevo para los demás el saber que ellos eran sus íntimos. En la oscuridad del Getsemaní Jesús los llamó aparte
Mi alma está muy triste hasta la muerte; quédense aquí y velen conmigo (Mateo 26.38)
Lastimosamente los ojos de ellos estaban cargados de sueño. Había sido un día largo y agotador tras pasar la mayor parte de la jornada preparando al cordero para la pascua y aproximándose la media noche sus fuerzas no daban para más. Jesús se alejó de ellos, había cosas que tratar con su Padre, una intimidad que ninguno de nosotros podría comprender.
Solo, en la quietud del huerto el Soberano, el Rey de reyes, el Verbo de Dios, Admirable Consejero, Padre Eterno y Príncipe de Paz se postró sobre su rostro delante de su Padre. Su angustia era tan grande que sufría una hematidrosis (sudar sangre) producido por un intenso estrés al que estaba siendo sometido en aquellos momentos. Su oración ha sido tema de muchas reflexiones en nuestros tiempos
Padre mío, si es posible, pase de mi esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú (Mateo 26.39)
Lo más difícil para Jesús era el conocer que aproximadamente en una hora sería entregado por uno de sus discípulos a las autoridades religiosas, quienes desde hace un tiempo buscaban su muerte. Estar al tanto que le golpearían, escupirían, humillarían y derramaría toda su sangre por una humanidad que de no ser por el inmenso amor y gracia de Dios al entregar a Jesús no mereceríamos más que su ira sobre nosotros por la eternidad.
Pase de mi esta copa daba a entender que si hubiese otro camino, otra manera de redimir a la humanidad, alguna que solamente el Padre supiera en la cual Jesús se ahorrara tanto dolor este era el momento oportuno para darla a conocer, sin embargo, aunque existiese otra manera No sea como yo quiero, sino que se haga la voluntad de Dios.
Jesucristo es el modelo a seguir, de eso no cabe la menor duda, el propósito del Espíritu Santo es guiarnos a la verdad (a Jesús) de tal manera que espiritualmente crezcamos a la altura de Cristo. Es imposible que no vengan momentos difíciles a nuestra vida, momentos en los que no sepamos que hacer, que el sol no aclara y la noche es eterna. Cada uno de nosotros ha vivido un Getsemaní, un momento donde decimos “acá solo Dios puede ayudarme”.
Muchos hemos interpretado mal el silencio de nuestro Padre celestial, creemos que cuando Dios calla es que nos ha abandonado, que dejó de amarnos por el simple hecho de “No sentirlo”. El salmista expresaba ese sentimiento en sus canciones: ¿Porqué estas lejos mi Señor y te escondes en el tiempo de la tribulación? (salmos 10.1)
Quiero este día poder hacerte comprender que Dios no depende de tus sentimientos. Dios es Dios y está contigo le sientas o no y Jesús nos enseñó que hacer durante esos silencios, pues aunque esa noche en el huerto lo único que se escuchaba eran los lamentos del Hijo de Dios supo que aunque Dios calle debemos obedecer fielmente hasta el final y rendir nuestros deseos y nuestra voluntad delante de él.
A propósito también quise escribir sobre el lado humano de Jesús, que sufrió, que padeció hambre y frío, dolor, humillación y abandono de los suyos. No pretendo discutir sobre uniones hipostáticas (100% hombre 100% Dios) pues muchos creemos que Jesús, por su condición de Dios pudo sufrir todo lo que padeció. Recordemos que el autor de la carta a los hebreos nos enseño que Jesús fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado alguno y no solamente eso pues después del todo el sufrimiento experimentado el profeta Isaías declaró que Jesús “vio el fruto de la aflicción de su alma y quedó satisfecho” (Is 53.11)
Humildemente quisiera que pongas en una balanza el sufrimiento por el cual pasas y lo compares con el de Jesús. El autor de hebreos nos dice “Considerad a Aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar. Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado” Hebreos 12.3-4
Hay un pequeño detalle que creo no has notado aún acerca de este escrito. El pasaje del huerto fue tomado únicamente de Mateo 26, pero hubo otros evangelistas quienes escribieron acerca de ello; especialmente quisiera que le pusieras atención a Lucas 22.43 “Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle”. Dios nos deja un gran mensaje este día: Tú en el problema que atraviesas nunca has estado solo; posiblemente hay momentos donde crees que no puedes más, que la tormenta ha sido demasiado fuerte o simplemente tiraste la toalla. Es en esos momentos donde Dios esta a tu lado fortaleciéndote, animándote a seguir adelante; no por los méritos que tengas sino por su gracia que aunque no la podamos comprender, esta siempre presente en cada etapa de nuestras vidas.
Fue la misma gracia de Dios la que levantó a Daniel
“Y Aquel que tenía semejanza de hombre me tocó otra vez, y me fortaleció; y me dijo: Muy amado, no temas, la paz sea contigo; esfuérzate y aliéntate, y mientras Él hablaba, recobré las fuerzas y dije: Hable mi Señor, porque me has fortalecido”. (Daniel10.18-19)
Es imposible no pasar por allí. “El Getsemaní de tu vida” donde estas a solas con Dios y por si fuese poco el guarde silencio, pero es aún en esos momentos donde la fortaleza que tienes proviene de lo alto y aunque no puedas ver la salida guardas la esperanza que Jesús sostiene todo en tu vida.
Fue por la misma razón que años después un Pablo lleno de experiencia en el evangelio escribió las siguientes palabras:
Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros, que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos mas no desamparados; derribados, pero no destruidos…
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