Juan 2.13 - 3.3
Continuamos hoy nuestro estudio en el capítulo 2 del evangelio según San Juan. Y llegamos ahora, al relato sobre la primera ocasión en que Jesús purificó el templo. Leamos el versículo 13 de este capítulo 2:
"Estaba cerca la Pascua de los judíos, y subió Jesús a Jerusalén."
Tenemos aquí la mención de otros detalles geográficos. Jesús comenzó Su ministerio en Caná de Galilea, fue a Capernaúm, y ahora estaba en Jerusalén. Observe usted que Juan llama a esta fiesta, la pascua de los judíos. Ya no era la pascua del Señor, como se la denomina en Éxodo 12:27. Era la pascua de los judíos, meramente una fiesta religiosa, sin sentido, y vacía... simplemente un rito que debía ser cumplido. Aquel, del cual hablaba la pascua, ya había venido. ". . .Porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros", dice el apóstol Pablo, escribiendo en su primera carta a los Corintios, capítulo 5 y versículo 7. Nuestro Señor, pues, subió a Jerusalén. Ahora, esto no ocurrió durante el principio de Su ministerio público, sino probablemente al final del primer año.
A todos los varones se les requería ir a Jerusalén tres veces al año para la fiesta de la Pascua, la fiesta de Pentecostés, y la fiesta de los Tabernáculos. Jesús pues, subió a Jerusalén para la Pascua, una fiesta que se celebraba a mediados del mes de Abril. Allí Jesús purificó el templo. En realidad lo purificó dos veces. La primera vez fue al principio de Su ministerio, y la segunda vez al fin de Su ministerio. Continuemos ahora con el versículo 14:
"Encontró en el Templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas que estaban allí sentados."
Estaban vendiendo animales y palomas, y cambiando dinero. Es muy interesante observar que allí no aceptaban ningún tipo de dinero, sino sólo el dinero del templo. Ninguna otra clase de dinero podía ser usada ni ofrecida. Por tanto, tenían puestos para cambiar el dinero, y por supuesto que estos hombres ganaban dinero al efectuar estas operaciones de cambio.
Ahora, ¿Por qué tenían tal sistema? ¿Por qué hacían esto? Bueno, estaban allí porque estaban facilitando la vida religiosa. Era más cómodo cambiar el dinero allí mismo en el templo. Recibían las monedas romanas que tenían grabada una efigie de César y la marca del paganismo, y las cambiaban por monedas judías que se podían usar en el templo. Estaban pues allí, para la comodidad de los que venían a adorar. También, cambiaban las monedas de mayor valor por su equivalente en monedas de menor valor.
También vendían animales. Existía mucho tráfico de aquellos animales para sacrificios. El criar ovejas y bueyes ocasionaba gastos y había personas que cobraban cierto precio por criar estos animales. Y esto proporcionaba también una oportunidad para hacer más cómoda la religión, aunque podía convertirse en un negocio turbio.
Hay muchos que imaginan a Cristo como un ser débil, quizás porque el arte así lo ha representado en imágenes y cuadros. Pero aquí vemos que nuestro Señor Jesucristo, subió a Jerusalén en este tiempo, y purificó el templo. Leamos los versículos 15 al 17, de este capítulo 2 de San Juan:
"E hizo un azote de cuerdas y echó fuera del Templo a todos, con las ovejas y los bueyes; también desparramó las monedas de los cambistas y volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: Quitad esto de aquí, y no convirtáis la casa de mi Padre en casa de mercado. Entonces recordaron sus discípulos que está escrito: El celo de tu casa me consumirá."
Aquí debemos reconocer que el Señor era fuerte. De eso no hay duda. La cita Bíblica de la cual se acordaron Sus discípulos, era un versículo que se encuentra en el Salmo 69. Este Salmo, o alguna porción de él, es citado 17 veces en el Nuevo testamento y es uno de los seis Salmos más citados en el Nuevo testamento. Se cita una vez más, en el capítulo 15 de este evangelio de Juan, versículo 25. Y también en el capítulo 19, versículo 28. Los otros Salmos que se citan con frecuencia son: el Salmo 2, el 22, el 89, el 110 y el 118. Bien, continuemos ahora leyendo los versículos 18 y 19, de este capítulo 2 de San Juan:
"Los judíos respondieron y le dijeron: Ya que haces esto, ¿qué señal nos muestras? Respondió Jesús y les dijo: Destruid este templo y en tres días lo levantaré."
La palabra que Jesús usó aquí para destruir es "luo" y significa "desatar" (desunir). En realidad se refería a Su propio cuerpo humano. Continuemos con el versículo 20:
"Entonces los judíos dijeron: En cuarenta y seis años fue edificado este Templo, ¿y tú en tres días lo levantarás?"
El templo de aquella época, era el templo de Herodes. Todavía se encontraba en el proceso de edificación y ya había estado en construcción por 46 años. Hay un uso específico de palabras griegas aquí, que quisiéramos destacar. En los versículos 14 y 15 de este capítulo 2, donde se habla acerca de Jesús purificando el templo, la palabra utilizada para templo es la palabra griega "hieron", que se refiere al templo en conjunto. Pero específicamente, fue el atrio del templo lo que Jesús purificó. La palabra que Jesús usó aquí en el versículo 19, cuando dijo "Destruid este templo" y que los judíos repitieron en el versículo 20 es "naos", y se refiere al santuario interior del templo. Esta palabra también puede usarse con referencia al cuerpo, como la utiliza el apóstol Pablo en su primera carta a los Corintios, capítulo 6, versículo 19, cuando dice que el Lugar Santo hoy en día, no es un templo hecho de manos, sino que nuestro cuerpo es el templo, o sea, el "naos" del Espíritu Santo. Los judíos le preguntaron al Señor, si en realidad quería decir que destruiría el edificio de este templo. Pero, por supuesto, nuestro Señor quiso referirse al templo de Su cuerpo. El versículo 21 aclara este concepto, diciendo lo siguiente:
"Pero él hablaba del templo de su cuerpo."
Jesús dijo que si destruían este templo, Él lo levantaría. Ahora, la palabra que usó fue "egeiro", la cual Juan utilizó cinco veces en su evangelio. Su verdadero sentido es "despertar", y cada vez que se usa, la palabra se refiere a la resurrección, es decir, a despertar de la muerte. El apóstol Pablo usó la misma palabra en su sermón en Antioquía de Pisidia, ocasión en que la usó cuatro veces. Se refiere a la resurrección de Cristo, y también a la resurrección de los creyentes.
Cuando Lázaro fue levantado de los muertos, en el capítulo 11 de este evangelio de Juan, versículo 43, Jesús, ". . .clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera!", y fue un verdadero despertar. Y esto es lo que encierra esta palabra "egeiro". Y fue precisamente esto lo que Jesús quiso decir cuando habló del templo de Su cuerpo. Pero Sus discípulos no lo entendieron, y no fue sino hasta después de Su resurrección cuando se acordaron de lo que Él había dicho aquí. Leamos el versículo 22:
"Por tanto, cuando resucitó de entre los muertos, sus discípulos recordaron que había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que Jesús había dicho."
Estamos llegando ahora a algo que es de mucho interés; nos referimos al día en que
Jesús entrevistó a Nicodemo en Jerusalén
En realidad, debemos leer desde el versículo 23 y continuar leyendo el capítulo 3, donde tenemos la historia de Nicodemo. Todo esto tuvo lugar en Jerusalén, durante el tiempo de la Pascua. Leamos pues, el versículo 23,
"Mientras estaba en Jerusalén, en la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en su nombre al ver las señales que hacía."
Muchas personas que leen esto, dicen: "¡Qué maravilloso resulta ver que muchos creyeron en Él!" Pero, estimado oyente, no fue nada maravilloso, porque, en ninguna manera, esta era la fe salvadora. Ellos, simplemente, no tenían más remedio que reconocer la realidad de los milagros que Él hacía. Porque, observemos lo que se dice en los versículos 24 y 25:
"Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos; y no necesitaba que nadie le explicara nada acerca del hombre, pues él sabía lo que hay en el hombre."
En verdad, el lenguaje que se usa aquí, revela que Él no se fiaba de ellos. La fe de ellos no era la fe genuina. No era esa fe salvadora. Jesús sabía lo que realmente había en sus corazones.
Estimado oyente, ¿qué quiere usted decir, cuando dice que cree en Jesús? ¿Quiere decir que cree en las verdades del evangelio? Sería difícil contradecirlas, ¿verdad? Pero, Él murió por sus pecados. La pregunta importante es: ¿Confía usted, amigo oyente, en Jesús como su Salvador personal, que murió por sus pecados y que resucitó para su justificación? ¿Es Él, el Salvador que vive hoy a la diestra de Dios, y que es la única esperanza que usted tiene de ir al cielo?
Esta multitud tenía interés en Jesús, y cuando le vieron hacer los milagros, creyeron. Tenían que creer. ¡Habían visto los milagros! Pero Jesús no se fiaba de ellos. No creyó que su "creencia" fuera genuina, porque conocía a todos. Conocía las profundidades del corazón de las personas y no necesitaba que nadie le informase sobre la naturaleza humana.
Es sobre la base de este ambiente que Nicodemo vino a Jesús, en el contexto de esta multitud creyó en Él, porque había visto los milagros. Sería casi imposible ser testigo de un milagro y no creer. Por ello, Jesús no confió en tales manifestaciones. Sin embargo, cuando este hombre Nicodemo vino a Jesús de noche, nuestro Señor sí se fió de este hombre, de Nicodemo, porque percibió que su fe era sincera.
Y entramos ahora en nuestro estudio de
Juan 3:1-3
Y aquí tenemos el encuentro de Jesús con Nicodemo. Este es un caso en el cual la división que se ha hecho entre capítulos, no es lo más deseable. Por eso es que leeremos desde el versículo 24, del capítulo 2, sin pausa hasta el versículo 1 del capítulo 3:
"Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos; y no necesitaba que nadie le explicara nada acerca del hombre, pues él sabía lo que hay en el hombre. Había un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, dignatario de los judíos. Este vino a Jesús de noche y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él. Le respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios."
Este hombre se había separado de la multitud. Y la actitud del Señor que, como ya dijimos, no se fiaba de la multitud porque sabía que su fe no era genuina, cambió frente a este hombre llamado Nicodemo, porque éste era un hombre sincero. Y vamos a conocerlo ahora.
Tres cosas se dijeron aquí en cuanto a él. La primera fue que era un hombre de los fariseos. Eso significa que era miembro del mejor grupo en Israel. Los fariseos creían en la inspiración del Antiguo Testamento, creían en la venida del Mesías, creían en los milagros y creían en la resurrección. Era pues, un hombre de los fariseos y su nombre era Nicodemo. Y se nos da su nombre, identificándole como principal entre los judíos. De modo que podríamos decir que este versículo nos da las tres máscaras que este hombre utilizaba.
Esta podría ser una descripción del hombre moderno. Nicodemo era un hombre de los fariseos cuando se reunía con ellos. Cuando estaba con ellos, era uno de ellos. Luego, cuando salía de entre los fariseos y caminaba por las calles, el público se apartaba para abrirle paso. Seguramente Nicodemo tendría puesta su vestimenta especial, sus filacterias, o sea las 2 pequeñas envolturas de cuero que contenían tiras de pergamino con ciertos pasajes de la Escritura - una de ellas atada al brazo izquierdo y la otra a la frente - y también llevaba su manto de oración. Y la gente quizá diría: "Allí va Nicodemo, principal entre los judíos. ¡Qué hombre más destacado!" Por tanto, creemos que Nicodemo adoptaría una actitud totalmente diferente con la gente en la calle. Pero su nombre era Nicodemo, y debajo de estas dos máscaras que llevaba, se ocultaba su personalidad real.
Hoy en día, hay muchas personas que viven así, ocultando su verdadera personalidad. Por ejemplo, tenemos al señor que es un alto cargo directivo de una gran compañía, es el presidente. Llega a su oficina por la mañana, y aquellos empleados que trabajan con él se dirigen a él con respeto y se someten a sus órdenes. En verdad, no le conocen. Ellos creen que le conocen, pero no le conocen de veras. Luego, el personaje importante sale de la oficina, se entrevista con algunos de sus clientes, y cuando le preguntan sobre el negocio, él les responde: "Pues, todo va bien". Luego, al mediodía entra en el Club para almorzar. En el mismo momento en que entra al Club, ya es un hombre diferente. No es ya el alto cargo directivo y presidente de la corporación, sino que ahora es simplemente uno más entre los muchos miembros del Club. Los socios del Club juegan al golf con él, le conocen y le tratan con familiaridad, "tuteándole" y llamándole por su nombre. Él por su parte asume una actitud diferente, y una relación distinta con ellos. Le preguntan en cuanto al negocio, y él les responde: "En realidad, las cosas van bastante bien". Luego, por la noche, después del cierre de las oficinas, vuelve a su casa. Abre la puerta, entra y se quita el abrigo, se sienta en su sillón favorito, se relaja y su semblante cambia. Aquí, otra vez, es un hombre diferente, muy diferente. Su esposa entra en la sala y lo mira, sentado allí, desalentado, y sin las dos máscaras que ha llevado puestas durante el día. Ya no es el hombre de negocios, el presidente de la gran compañía; tampoco es uno de los socios del Club. Ahora simplemente es el esposo y padre de familia, al que todos se dirigen llamándole por su nombre o sobrenombre familiar. Su esposa le pregunta: "¿Qué te pasa?" Y él contesta: "El negocio anda mal". Pues, bien, aquí tenemos, revelada abiertamente y con sinceridad, la identidad real de esta persona. Y lo mismo sucede a todos los niveles de la sociedad. Continuemos ahora leyendo el versículo 2 de este capítulo 3 de San Juan:
"Éste vino a Jesús de noche y le dijo: Maestro, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él."
Este hombre Nicodemo vino al Señor Jesús con la máscara puesta, y dijo: "sabemos". Ahora, ¿a quién se refiere? Bueno, se refiere a los fariseos. Viene como un hombre de los fariseos. Está llevando puesta aquella máscara. A propósito, viene expresando un cumplido genuino. No es hipócrita. Dice que los fariseos se han reunido y están de acuerdo en que Él, es decir, el Señor Jesucristo, ha venido de Dios como maestro.
Creemos que aquel fariseo vino para hablar acerca del reino de Dios. Los fariseos querían establecerlo y librarse del yugo romano, pero no disponían de los medios para lograrlo. Ahora, aquí viene Éste que era tan popular entre las multitudes que la gente le seguía a dondequiera que fuese, y por lo tanto, los fariseos querían unirse a Él. Ellos creyeron que Jesús había venido de un pueblo pequeño de Galilea y que, en consecuencia, no debía saber cómo tratar a los políticos; en cambio, ellos sí lo sabían y, entonces, los fariseos creyeron que no sería malo combinar sus fuerzas. Por esto, Nicodemo se presentó de una forma algo condescendiente ante Jesús, pero siempre reconociendo que Él había venido de Dios como maestro. Ahora, las pruebas que él señaló fueron los milagros. Tenía que reconocer los milagros. Pero, tengamos en cuenta que en aquel entonces, nadie dudaba sobre la realidad de los milagros que el Señor realizaba. ¡No en aquellos tiempos! Los que dudan de los milagros en la actualidad, son algunos profesores de cierto tipo de teología, que están separados por más de 2000 años y miles de kilómetros de la tierra donde todo esto ocurrió. Pero en la Biblia, usted comprobará que ni los amigos ni los enemigos de Jesús jamás dudaron sobre la veracidad de Sus milagros. Continuemos pues, con el versículo 3:
"Le respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios."
Esta es la razón por la cual creemos, que Nicodemo vino para hablar acerca del reino de Dios. No vemos otro motivo por el cual nuestro Señor le interrumpiese, casi abruptamente para decirle: "La cuestión es que, ni siquiera puedes ver el reino de Dios, a menos que nazcas de nuevo". Ahora, aquí tenemos a un hombre que era sumamente religioso y, además, fariseo; y sin embargo, nuestro Señor le dijo que no podría ver el reino de Dios a menos que naciese de nuevo. Y Nicodemo había venido a hablar sobre el reino de Dios y su instauración. Así que la afirmación de Jesús le debe haber dejado desorientado.
Es que para acercarnos a Dios es necesario apartar de nuestra mente el esquema de las apariencias, que regula nuestra vida en sociedad. Nuestras máscaras y todo elemento que maquille nuestra realidad personal, resultan inoperantes frente a Dios, quien nos ve tal cual somos. Y no solo Sus ojos nos contemplan sino que, según Hebreos 4:12 y 13, Su Palabra alcanza nuestros rincones más íntimos. Y además nos recuerda que nada de lo que Dios ha creado puede esconderse de él: todo está claramente expuesto ante aquel a quien tenemos que dar cuenta.
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